Detrás de Cada Pedro se Necesita un Apóstol Juan
- P. Jorge Hidalgo
- 8 may
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Actualizado: 12 may
Así como los apóstoles aceptaron a Pedro, aunque negó a Jesús, debe aceptarse al nuevo Papa, pedir la gracia de permanecer siempre en la Iglesia y convertirnos en almas místicas como la del apóstol Juan.

Por P. Jorge Hidalgo
Los Padres de la Iglesia dicen que la primera pesca milagrosa se refiere a la Iglesia en este mundo y la segunda pesca se refiere a la Iglesia en la eternidad, que es de la que especialmente hablaremos hoy. En esta segunda pesca Jesucristo confirmó la vocación de cada uno de los apóstoles para que sean sus testigos y los envía al mundo, no como pescadores de peces, sino pescadores de hombres.
Cristo está en la orilla y está resucitado: esto representa a Jesucristo como victorioso en la gloria del Padre, pidiendo por nosotros, mirando a la barca; es decir, que nuestro Señor, desde la diestra del Padre, no deja de pedir incesantemente por la Iglesia que está en el mundo.
La barca es la Iglesia y está en el mar -que es un símbolo del mundo- sacando peces. Y de la misma manera que el mar se agita fácilmente con el viento, así este mundo se agita fácilmente con las tentaciones del demonio; por eso la Iglesia, como la barca que quiere sacar a los peces del mar, quiere sacar a los hombres del mundo para subirlos a la barca, porque de la misma manera que sin la barca no se llega a la orilla, fuera de la Iglesia Católica no hay salvación porque Jesucristo es el único nombre dado a los hombres por el cual debemos salvarnos, como dice San Pedro en el Libro de los Hechos de los Apóstoles.
De la misma forma que no hay salvación fuera de Cristo, no hay salvación fuera de la Iglesia Católica. Por supuesto; tenemos que rezar por los cristianos no católicos y Dios los puede salvar de alguna manera, pero si se salvan sería por la única Iglesia que Jesús fundó, que tiene que predicar el Evangelio a todas las naciones. Y para esta misión tiene que haber dos tipos de apóstoles: El primero es Pedro y el segundo es Juan, que describiremos enseguida.
Obedecer a Dios antes que a los hombres
Pedro es símbolo de la jerarquía de la Iglesia, tal como debe ser el Papa; sucesor de San Pedro y no sucesor del anterior, en este caso, de Francisco. El Papa es la cabeza visible de la Iglesia.
El apóstol Pedro fue confirmado en esa función como Vicario de Cristo, los apóstoles no le dijeron: “vos negaste a Cristo el Viernes Santo, ¡pongamos otro!” Esto es muy importante, que más que uno mire a la persona que haga el oficio, mire la vocación, la decisión de Cristo de confirmar a esta persona elegida para ser el sucesor de Pedro. Esto es muy importante, porque a veces uno se queda en los pecados de las personas, pero ante todo hay que ver la elección que Dios tiene para sus ministros.
Por supuesto que lo ideal es que el Papa sea santo, que todos los Obispos sean santos, y que todos los sacerdotes seamos santos, claro que sería lo ideal; pero lo cierto es que Dios no cambia sus promesas y Jesucristo ha dicho que Él va a estar siempre con la Iglesia hasta el final de los siglos, con los hombres o a pesar de los hombres.
Además de la grave obligación de los ministros de ser santos; también los fieles tienen la obligación de permanecer siempre en la Iglesia y aceptar a aquel que el Señor ha puesto en la silla de Pedro; debemos de ver al Papa como el vicario de Cristo y sucesor de San Pedro, pero, junto con esto, Pedro también tiene que recordar que tiene la misión de hacer las veces de Cristo.
Nuestro Señor le dice a su vicario: “apacienta mis ovejas”; es decir que las ovejas o los corderos no son del Papa, sino que son de Cristo, lo que quiere decir es que a quien tenemos que obedecer es a Dios. Es el mismo Pedro quien lo dice en los Hechos de los Apóstoles: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
Cuando uno obedece a su superior: los niños a sus padres, los alumnos a sus maestros, el empleado a su empleador, los fieles al Sacerdote, al obispo o al Papa; pero siempre al que se obedece es a Cristo en realidad porque creemos que Dios habla a través del superior, tanto y cuanto esté de acuerdo con la ley natural y la ley divina.
Si yo le digo a algún joven: no tenemos dinero para reparar el auto, sal a robar el negocio de la esquina. El joven, si está bien formado, aunque yo sea Sacerdote y sea su superior, debe decirme: Mire padre, yo a usted lo respeto, pero en eso no le voy a hacer caso. ¿Por qué? Porque eso está mal, robar está mal por más que tenga un fin bueno.
Lo bueno es, ante todo, lo que responde a la ley natural y es un ordenamiento de la razón. No es un mandato solamente del que manda y que está bien solo porque lo manda. Aplicado eso al sumo pontífice, los evangélicos creen, decía el Padre Castellani, que el Papa es una figura mágica y que hace buenas las cosas que manda o que el Papa hace de su voluntad una ley. Eso es falso.
El Papa es solamente el vicario de Cristo, es decir, el que hace las veces; no puede, por lo tanto, abolir el sexto mandamiento porque la gente tiene muchos problemas con la virtud de la pureza. No puede determinar que a partir de ahora pueden comulgar los divorciados y vueltos a casar, o que el aborto ya no será pecado porque hay mucho aborto en el mundo, porque hay que ser misericordiosos. No puede determinar ese tipo de cosas porque son contrarias a los Mandamientos de la ley de Dios.
Por eso es que los cristianos debemos amar al Papa, rezar por el Papa, pero no ser papólatras, que no cambie nuestra fe cuando esté un Papa u otro. El Papa es solo el Vicario y la Iglesia es de Cristo.
Cuando, por otro lado, veamos que Pedro confirma en la fe, podremos decir “Pedro ha hablado por boca de León”, como dijeron en el concilio de Calcedonia cuando se escribió aquella carta reafirmando las dos naturalezas de Cristo y la unidad de la persona de nuestro Señor.
El que es realmente importante para Dios
Como señalé, hay dos tipos de apóstoles, además de Pedro, el segundo tipo es Juan, el discípulo joven, el discípulo virgen, el discípulo que es capaz de ver donde los demás no ven. Juan representa a aquellos que son limpios de corazón porque son capaces de ver a Dios. Juan, entonces, representa la vida mística en la Iglesia.
¿Qué es la vida mística? Es la que sostiene a la vida jerárquica y ésta es una función muy importante justamente en este tiempo en el que hay tantos teólogos o pseudo-teólogos, o cardenales incluso, que quieren nombrar cardenales a las mujeres o se pronuncian por la existencia de sacerdotisas. ¡Eso es un montón de pavadas, esa no es la función del verdadero santo!
El verdadero santo es aquel que es capaz de sostener a Pedro y de ocultarse, de desaparecer. El santo es aquel que entiende la voluntad de Dios, que la ve antes que Pedro y que tiene la función incluso de recordársela a Pedro. Cuando Jesús resucitó, por ejemplo, Juan llegó antes al sepulcro, pero no entró, esperó a Pedro y dejó que ingresara primero; ésa es la función de la vida mística en la Iglesia, a los ojos de Dios el más importante no es el que aparece en público, el que aparece en los diarios, el que da la bendición, el que firma un documento, ¡no!, a los ojos de Dios el más importante es el santo que está detrás, el que es capaz de sostener al que le toca por misión de Dios aparecer.
Fijémonos, por ejemplo, en la aparición del Sagrado Corazón de Jesús. Dios se le apareció a Santa Margarita María de Alacoque y es a una monjita a la que le da una misión para Francia. Igualmente, en Lourdes la Virgen se aparece a Bernadita Soubirous, una jovencita desconocida de la que no se supo hasta que murió. También una gran misión fue encomendada a tres niños, los pastorcitos de Fátima; Dios no dio un mensaje al Obispo, sino que eran tres niños los que tenían que dar su mensaje al Papa directamente.
Cuando el sumo pontífice sabe escuchar a Juan, entonces se pone al servicio de la voluntad de Dios que se manifiesta a través de ese santo varón. Fue el caso del Papa León XIII, que en el año 1900 consagró el mundo al Sagrado Corazón de Jesús atendiendo un pedido de lo alto.
Por supuesto que -insisto- es mejor que el Papa sea santo, pero nosotros debemos acompañarlo con nuestras oraciones y nuestros sacrificios y aunque ante los ojos del mundo eso pueda ser insignificante, ante los ojos de Dios es lo más importante.
Pidamos a Dios la gracia de permanecer en la Iglesia y tener esa mirada sobrenatural que es necesaria para ver las cosas desde el criterio de Dios y no verlas desde la llanura de este mundo, como una cuestión política, sino sobrenatural, con los ojos del alma.
Siempre recordemos que Jesucristo está en la orilla, en el suelo firme, en la eternidad, donde las cosas son inmutables -por eso Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre-, y desde allí dirige la Iglesia, dirige todos los acontecimientos de este mundo. Él dice cuándo hay que tirar la red y hacia dónde hay que tirarla, es decir, los pueblos y el corazón del Rey están en las manos de Dios, como dice el libro de los Proverbios, el Señor dirige toda la historia.
Pidamos ser almas como la de Juan y que haya muchas más como él. Almas que sean dóciles a la gracia de Dios, más santos, más místicos, que puedan indicar a la Iglesia, de parte de Dios, lo que debe hacer. Pidámosle a la Virgen Santísima que nos conserve como buenos hijos de la Iglesia, que podamos amarla siempre, con sus defectos y con sus virtudes. La Iglesia tiene defectos porque nosotros estamos en ella, y tiene virtudes porque la Iglesia es, ante todo, la gloria de Dios que brilla en sus hijos más eminentes, que son los santos.
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