Un Cristiano Osado no se Queda en la Llanura
- P. Jorge Hidalgo
- 20 feb
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 24 feb
El Señor no nos pone la vara baja, sino que nos llama a la eternidad con Él y un cristiano solo llegará a la bienaventuranza cuando tenga todas las virtudes.

Por P. Jorge Hidalgo
San Juan de la Cruz tiene una obra que se llama “Subida al Monte Carmelo”, que compara el subir a un monte, con la ascensión espiritual. Cualquiera que haya subido alguna vez una montaña sabe que eso es muy difícil, es pesado, el camino es sinuoso, ascendente, se encuentran obstáculos, en fin, muchas dificultades; de la misma manera es trabajoso el camino espiritual, llegar a la perfección de la caridad, llegar a la perfección de las virtudes.
Dice Santo Tomás de Aquino que Dios llama a esta perfección a todos, pero lamentablemente no todos llegan. Hay cristianos que se conforman con poco, hay cristianos que dicen: “yo voy a Misa el domingo y ya está” y si se les pregunta sobre su vida de oración, para ellos es suficiente con un Padre Nuestro antes de dormir y se conforman con eso, y toda su vida de “cristianos” la resumen a esas prácticas limitadas de su fe, cuando en realidad la vida cristiana no es eso.
Las prácticas que “alcanzan” para llegar al Cielo
El Señor nos llama a otra cosa. Nos llama a subir al monte, a entrar en un encuentro con Dios, nos llama a la intimidad, a vivir intensamente la caridad, y para eso es necesario decir: no me basta lo que siempre he hecho en mi vida cristiana y de piedad; y convencerse de que también puede ir a Misa entre semana, que si bien no ir no es pecado -excepto faltar el domingo- asistir uno o más días a la semana a Misa tampoco es pecado y mejor aún, eso ayuda a crecer en la caridad.
Aprovechando que es año Santo, puedo proponerme, por ejemplo, obtener indulgencia plenaria todos los días o al menos tres veces a la semana; o se puede hacer el propósito de rezar el Rosario todos los días, si es en familia doblemente mejor.
Hay muchas otras opciones para los que quieren crecer en la caridad. Se puede considerar la preparación y consagración a la Virgen, ya que es de gran valor hacer un acto de esclavitud mariana; así como realizar otras prácticas que nos saquen de nuestra zona de confort, que nos muevan a hacer algo por el hermano que normalmente no haríamos, como visitar a un enfermo, llevar la Palabra de Dios a los presos, rezar por el que nos hizo algún daño; pero nuestra capacidad de hacer el bien, de evangelizar, de practicar nuestra fe, no puede ser la misma desde hace diez años hasta el día que me muera, debe observarse algún progreso, debemos estar dispuestos a hacer actos que normalmente no haríamos y hacer el bien en favor de personas a las que normalmente no se lo haríamos, es decir, actos buenos, y cada vez más intensos. Movidos por la caridad, que debe ir creciendo en ardor.
Tenemos que subir el monte, imitar a Nuestro Señor Jesucristo y llegar a esa perfección cristiana, a eso tenemos que aspirar, no podemos conformarnos con quedarnos en la llanura, sino que tenemos que subir a lo alto del monte, y para eso, hay que negarse a sí mismo.
Cuando San Juan de la Cruz hace el dibujo de la subida al monte Carmelo, puso: “nada, nada, nada, nada, nada”. ¿Por qué puso “nada” cinco veces?; para hacer hincapié en este llamado, negarse completamente a sí mismo para llegar a esa intimidad con Dios. Explicar en detalle este camino de la perfección implica todo un tratado de vida espiritual, imposible en breves palabras. Recordemos solo brevemente el ejemplo del pajarillo, que coloca el Santo carmelita citado: el ave no puede volar, ya sea que esté atada a una cadena o a un pequeño hilo… La única forma de despegarse de la tierra es cortar todo amarre, no solo la pesada cadena del pecado mortal, sino también el pequeño hilo del pecado venial deliberado.
El ejercicio de las virtudes para alcanzar el Cielo
En la medida en que uno se niega a sí mismo, es en la medida en que crece en virtudes. La vida moral del cristiano se resume en las cuatro virtudes cardinales que se deben vivir para alcanzar el Cielo. De hecho su nombre cardinal, viene del latín cardo-cardinis, que es como decir la bisagra de la puerta, porque toda la vida moral se basa o sostiene en ellas: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.
Estas virtudes tienen relación con las bienaventuranzas, según explicaba San Ambrosio:
1. Bienaventurados los pobres, es decir los que no ponen su esperanza en las cosas de este mundo, los que son capaces de moderar sus amores a las cosas de la tierra. Esto se refiere a la virtud de la Templanza, a ellos pertenece el Reino de los Cielos.
2. Bienaventurados los que tienen hambre de justicia, aquí se advierte claramente la virtud de la Justicia, que según la famosa definición de Ulpiano, es darle a cada uno lo suyo.
3. Bienaventurados los que lloran, dice San Ambrosio que se refiere a los prudentes, que son capaces de mortificarse, de regularse a sí mismos. De hecho, la prudencia es llamada por los autores espirituales como el auriga de las virtudes. El auriga era, en los combates clásicos antiguos, el jinete que llevaba todos los caballos con las mismas riendas y que a veces sujetaba, a veces aceleraba, y que con las riendas manejaba todos los caballos. Ésa es la función de la prudencia, regular todas las virtudes y eso es lo que tiene que hacer el cristiano, con la virtud de la prudencia regular todo y cuando sea necesario refrenarse a sí mismo, por eso llorar. Llora quien se niega a sí mismo, no dándose al goce de los placeres. De este modo, llora el prudente, que sabe autorregularse.
4. Por último está la Bienaventuranza a los hombres que odien, excluyan o insulten a causa del Hijo del Hombre. Esto se refiere a la virtud de la Fortaleza. Dice Santo Tomás que la Fortaleza tiene dos actos, uno es el de acometer o avanzar, y otro es el de resistir. A veces no se puede acometer y avanzar, pero siempre se va a poder resistir en el bien, porque como dice san Pablo en la Carta a los Hebreos, en la lucha contra el pecado no hemos resistido todavía hasta derramar nuestra sangre. (He 12, 4) Hasta ese punto hay que resistir. Y por eso el modelo perfecto de la virtud de la Fortaleza es el martirio.
En conclusión, las bienaventuranzas son el camino de la felicidad, el camino al Cielo; el Señor no nos llama a algo bajo, sino a la eternidad con Él y un cristiano solo llegará a la bienaventuranza cuando tenga todas las virtudes, porque éstas crecen juntas como los dedos de una mano, en palabras de Aristóteles, están conectadas por la Prudencia en el orden natural y por la Caridad en el orden sobrenatural.
Cuando Nuestro Señor Jesucristo habla de las Bienaventuranzas, se está describiendo a sí mismo y por lo tanto, nos enseña el camino. Él corona la vida moral del católico y la lleva a la perfección para que el cristiano obre, no al modo humano, sino al modo de Dios. Esto último se da en la vida predominantemente mística, con el ejercicio preponderante de los dones del Espíritu Santo.
Pidamos al Señor que nos preocupemos por alcanzar las virtudes, especialmente la de la caridad, para amar como Dios ama y poder ver a Dios en el Cielo, que podamos imitar a Nuestro Señor Jesucristo, tener sus sentimientos; y que tengamos la osadía de no quedarnos en la llanura, sino subir al alto monte a donde Dios habla particularmente con sus almas elegidas.
Que Nuestra Señora, la Santísima Virgen, nos enseñe a amar más a Dios en esta vida y así servirlo para más gozarlo para siempre en la eternidad.
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