Que la Humanidad se Reconcilie con Dios
- P. Jorge Hidalgo
- 3 abr
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Actualizado: 4 abr
Estamos hechos para el Cielo, Dios así lo quiere; Jesucristo ya murió para salvarnos y la Iglesia nos da las ayudas necesarias para volver a Dios. Solo falta nuestro sí para que haya fiesta en el Cielo.

Por P. Jorge Hidalgo
Mientras estamos en esta vida, el Señor nos invita a acercarnos a Él. Dice el profeta: Aunque tus pecados sean rojos como grana, blanquearán como la nieve. Y también: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Debemos reconciliarnos con Dios cuanto antes, para crecer en gracia y caridad.
En los Evangelios encontramos tres parábolas que nos hablan sobre la misericordia de Dios: la primera es la del pastor que deja las noventa y nueve ovejas y va a buscar la oveja perdida; la segunda es la de la mujer que barre la casa para buscar una pequeña monedita, su dracma y que al encontrarla hace una fiesta; y la tercera es la del hijo pródigo.
San Ambrosio nos presenta a los tres actores de la misericordia de Dios en estas tres parábolas: En la primera, Jesucristo es el buen pastor que va a buscar la oveja perdida, que representa al género humano entero; en la segunda parábola la protagonista es la Iglesia, que es la mujer que busca la monedita, la dracma; y por último, en la parábola del hijo pródigo el actor principal es el Padre, que representa al padre de este hijo que había malgastado todo, él lo perdona y sale a su encuentro. Estos tres personajes, Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia y el Padre, están muy interesados en que la humanidad se reconcilie con Dios.
Estamos hechos para el Cielo, pero el pecado nos quita la herencia del Padre y si queremos que Jesús, que ya murió por nosotros para que podamos llegar a Dios, vuelva a resucitar en nuestro corazón, debemos revisarnos para hacer de nuestro corazón un lugar digno, libre de pecado, en donde pueda habitar. Por eso quiero recordar la importancia del sacramento de la Penitencia con la parábola del hijo pródigo, que podemos ser cada uno de nosotros porque también a nosotros, el Padre, nos ha dado multitud de bienes, nos dio la vida, después nos dio la gracia de Dios, la verdadera fe, que es la fe católica y quiere que crezcamos en gracia y en santidad; sin embargo cuando nosotros preferimos el pecado, malgastamos las gracias que Dios nos ha dado y le cerramos la puerta al Padre por preferir las cosas de la tierra antes que los bienes del Cielo.
A pesar de lo que diga el mundo, la verdadera alegría está en la reconciliación. El pecado, en cambio, promete una alegría que no puede dar porque lo que ofrece es algo pasajero y que nos deja más vacíos de lo que nos encontrábamos inicialmente.
El hombre busca en vano en el pecado lo que el pecado no nos puede dar porque, como dice San Agustín: Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón no alcanzará sosiego hasta que no descanse en ti. Nuestro corazón está hecho para Dios y cuando queremos que la felicidad eterna, que solamente nos puede dar Dios, nos la dé el dinero, el poder, el placer o la fama, ahí es donde viene primero el dilapidar los bienes del Padre y después ese vacío, esa falta de felicidad. Dicha ausencia de felicidad en la parábola está representada con el hambre que sintió el hijo pródigo, después de haber malgastado los bienes. Porque, en realidad, el alma está hecha para Dios y cuando sintió hambre, es cuando tiene deseos de volver a la casa del Padre.
El hijo pródigo había elegido a las creaturas antes que al Creador, las había puesto como su fin último, como motivo de su existencia. Así que a quien servía era al demonio. A él se lo sirve antes que a Dios cuando se está en estado de pecado, porque, como dice Cristo: Quien no está conmigo está contra mí, o el que no recoge desparrama. Pues cuando uno no adora al verdadero Dios, sirve consciente o inconscientemente al demonio.
Pasos para una buena confesión
Examen de conciencia.- Afortunadamente, después de haber malgastado los bienes, el hijo pródigo reflexionó, al recordar los bienes que había recibido del Padre se dio cuenta del vacío que provoca el pecado en el alma, recapacitó y decidió volver a la casa del Padre. En este recapacitar, empezar a ver los errores que había cometido, podemos distinguir el examen de conciencia que debemos hacer antes de confesarnos e incluso cada día. Como dice San Ignacio, nunca hay que irse a dormir sin hacer el examen de conciencia, es decir que cada noche debemos entrar dentro de nosotros mismos y pensar qué cosas hicimos bien y de qué cosas tenemos que pedirle perdón a Dios, quizás incluso al prójimo.
Arrepentimiento.- Analizando a detalle la parábola del hijo prodigo se distingue también el siguiente paso necesario para la confesión, que fue el dolor de los pecados. Después de que recapacitó, pensó volver a su casa y decirle a su padre: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti, no merezco ser llamado hijo tuyo. Es decir que tuvo arrepentimiento, del cual existen dos clases: el que es por amor a Dios, como es el caso del ejemplo, que es el mejor arrepentimiento llamado contrición; pero en ocasiones, por la falta de disposición en el corazón, el arrepentimiento solo es por el temor al castigo, por temor al infierno: eso se llama atrición. Aunque la atrición es suficiente, la contrición perfecta será el mejor arrepentimiento porque ofendí a Dios, tal como dice aquel poema español del siglo XVI:
No me mueve mi Dios para quererte,
el Cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido,
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme el ver tu Cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera,
que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Pensar así es la mejor disposición que deberíamos de tener al reflexionar sobre los pecados con los que hemos ofendido a Dios.
Propósito de enmienda y reparación.- En la parábola que hemos tomado como ejemplo, él pide ser tratado como uno de los jornaleros. Este paso es muy necesario para la confesión y para entenderlo bastan unos sencillos ejemplos. Si robé un auto y me confieso, pero no lo devuelvo, no hay arrepentimiento. Es el caso también de las mujeres que utilizan métodos anticonceptivos para no quedar embarazadas y quieren comulgar, pero se confiesan y no dejan de utilizar esos medios con los que están obstaculizando el fin del matrimonio y hasta que eso no cambie, no hay verdadero arrepentimiento.
Decir los pecados al confesor.- Desgraciadamente hay personas que a la fecha dicen “yo rezo y me arreglo con Dios”, pero fue Nuestro Señor Jesucristo quien instituyó el bautismo y también el sacramento de la confesión, así que es necesario que uno diga los pecados al Sacerdote. ¿Y qué pecados hay que decir al Sacerdote? Hay que decir los pecados graves o mortales, que son los que matan en mí la gracia y la caridad.
Hay que decirlos con su número y su especie. ¿Qué quiere decir eso?, que tengo que ser claro y honesto porque, por ejemplo, no es lo mismo decir “falté un domingo a Misa”, que no vine todo el año a Misa. No es igual decir: “Robé diez mil dólares”, que decir: “Robé un cáliz que vale diez mil dólares”, porque robar un cáliz que vale diez mil dólares es peor que robar lo equivalente en dinero ya que robar algo sagrado implica dos pecados, pues se profana lo sagrado.
Si durante la confesión me guardo un pecado mortal porque me da mucha vergüenza y por eso no lo confieso, no quedan perdonados ninguno de los otros pecados que sí haya dicho. Esto es como ir al médico con un problema del hígado, pero ocultarlo porque me da vergüenza que el doctor sepa que tengo un gusto especial por el vino. El doctor no me va a curar de lo que verdaderamente tengo. Algo similar ocurre en la confesión: si yo no digo el pecado que cometí, no puede ser perdonado. Callar por vergüenza un pecado mortal se llama sacrilegio, porque se profana la confesión. También es muy conveniente decir los pecados veniales, porque Dios me da una gracia especial para evitarlos.
Cumplir la penitencia.- Es decir hacer aquella pequeña cosa que el Sacerdote me indica para hacer lo posible por reparar el daño que hice, y ése es el momento de la fiesta, el gozo, por eso en la parábola del hijo pródigo manda matar el ternero engordado. El gozo está, explica San Agustín, en que con la absolución obtenemos de vuelta la dignidad de hijo de Dios. En el caso de la parábola, el anillo y las sandalias en los pies son muestra de ello.
Estamos hechos para el Cielo y el pecado nos quita la herencia del Padre. Él quiere que volvamos a la Iglesia, que podamos llegar a casa, al Cielo; evidentemente hay alguien que lo ha pagado con su vida, porque, como dice San Pedro, fuimos rescatados no con oro o plata, sino con la sangre preciosa del hijo de Dios.
Pidamos al Señor la gracia de que en todo momento, pero especialmente en la cuaresma, podamos hacer una sincera confesión. Que no nos dé vergüenza acercarnos al Sacramento de la Penitencia, que tengamos esta valentía del hijo pródigo que no tuvo la vergüenza de ir a pedirle perdón al Padre. El Padre lo recibió, más aún, lo vio de lejos y salió a buscarlo porque Jesús como médico vino a buscar a los enfermos y el Padre como Padre eterno que es, quiere que sus hijos vuelvan de nuevo a la casa paterna.
Que Nuestro Señor Jesucristo vuelva a resucitar en nuestro corazón.
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