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Madres que Quieren Hijos para el Cielo

Actualizado: hace 2 horas

Es un regalo, una gracia descubrir madres y padres de familia que más que hijos para este mundo, los quieren como ¡adoradores para el Cielo!


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Por Christian Viña


Dios nos muestra todo el tiempo a sus sacerdotes, instrumentos de su Gracia, la obra maravillosa que realiza en las almas. En todas las almas; de todas las edades y condición, incluso en aquellas de las que, humanamente hablando, no se podría esperar demasiado. El Señor hace milagros todo el tiempo, está en nosotros dejarnos sorprender por los mismos y no pedirle, como niñitos caprichosos, más y más maravillas. Es en lo ordinario donde debemos descubrir su Amor extraordinario.


Y en estos “tiempos recios” en que la maternidad –desde sectores ideológicamente bien identificados- sufre toda clase de ataques y desprecios (lo que ha, llevado, entre otros dramas, al desplome de los nacimientos), encontrarse con buenas hijas de Dios y por ello mismo, honradas esposas y madres, es un verdadero anticipo de la felicidad definitiva.


El Señor puso en mi camino, entre otras, a tres señoras que, bien lejos de ser parte del problema, constituyen una maravillosa parte de la solución: dos de ellas son hijas con las que compartimos apostolados desde hace tiempo; con la tercera acabo de encontrarme en el hospital. Las tres, dueñas de un pudor y de un recato admirables, muestran hasta dónde llega un catolicismo vivido con coherencia y sin complejos.


“¡Padre: todos los días le pido al Señor que mis cuatro hijos sean sacerdotes, y sacerdotes mártires!”, me repite desde hace años una de ellas. Cada vez que lo hace se refuerza en su segura naturalidad, solo cabe el silencio orante y pedir, como siempre, que se haga la Voluntad de Dios.


La otra, a quien conozco, junto a su esposo, desde hace 25 años, disfruta con su marido de los ocho hijos que el Señor les regaló. Y, con la firmeza y contundencia de quien se sabe sostenida por la Gracia y no por sus propias fuerzas, dice aquí y allá: “Estamos muy felices de tener una familia numerosa. Y, por supuesto, aguardamos a todos los demás niños que el Señor quiera mandarnos. ¡Cómo han cambiado las cosas! A nosotros, todo el tiempo nos critican y cuestionan por esta apertura a la vida. Lo curioso es que la mayoría de quienes lo hacen, no se casan ni quieren tener hijos. ¡Y llevan a sus perros en sus brazos, y los llaman “bebés”! Por eso, más que nunca, debemos ser firmes y felices apóstoles del Evangelio de la Vida. Y cuando me preguntan, desde el escepticismo y las miradas meramente naturalistas, por qué traer hijos para este mundo, mi esposo y yo les respondemos que gestamos adoradores para el Cielo”.


Y ahí, Isabel –sí, se llama como la “anciana estéril” (cf. Lc 1, 36), prima de María Santísima, y madre de San Juan Bautista- despliega, con pasión, todos sus argumentos: “Sí, el Señor nos permite gestar adoradores para el Cielo porque estamos de paso, en este mundo que pasa (1 Jn 2, 17). Y, por lo tanto, nuestro peregrinar aquí, en este valle de lágrimas, es como un embarazo más o menos prolongado para nacer a la vida eterna. Y estar allí, para siempre, cara a cara con Dios. Porque la adoración, la visión beatífica es el Fin. Y ello lo recordaba siempre Joseph Ratzinger – Benedicto XVI –, citando al padre Alfred Delp: “El pan es importante, la libertad es aún más importante, pero lo más importante de todo es la adoración”. Es allí donde la criatura halla su plenitud, en cuanto amada por Dios. Y eso lo empezamos a vivir aquí, en la Tierra, como adelanto de la eternidad”.


Y la tercera “madre coraje" que me regaló el Señor, es Norma; mamá de Pilar, una niña nacida con un montón de problemas de salud, a la que alcanzamos a bautizar y que a los pocos minutos partió hacia el Cielo. “Dios –repite con una seguridad y un aplomo admirables- ha querido regalarnos con ella una muestra extraordinaria de su Bondad. Nos la prestó para que se formara con nosotros; la recibimos con enorme felicidad, la tuvimos en nuestros brazos, y se la devolvimos, ciertamente con dolor, pero llenos de esperanza. Esos bracitos que apenas pudimos acariciar en la tierra, están para siempre abrazando al Señor. Sí, parte de nosotros, ya está en el Cielo”.


Decían nuestras abuelas: “de tal palo, tal astilla”. Las tres distinguidas damas, que no saldrán, claro está, en los portales masivos, ni serán “tendencia” en las redes, vienen de familias numerosas, forjadas al calor de una fe clara, sencilla y coherente. No cabe ninguna duda. Hay futuro, familia y vida en abundancia (Jn 10, 10) donde hay familias numerosas, de las que surgen vocaciones para toda la Iglesia. Y en las que, de haber mascotas, no reemplazan a los hijos de Dios. Sí, como dice San Agustín: “Nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”.


 
 
 

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