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No Debes Temer ser Seguidor de Cristo

Actualizado: 11 ago

El reinado del perseguidor termina con la muerte; en cambio, el reinado del mártir comienza con la muerte.

 

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Por P. Jorge Hidalgo

 

“La cristiandad es el conjunto de los pueblos que se propone vivir de acuerdo con las leyes del Santo Evangelio, cuya depositaria es la Iglesia Católica.” (P. Julio Meinvielle). La Cristiandad es la única forma real de proclamar en este mundo la realeza de nuestro Señor Jesucristo. 


El hombre ha sido creado por Dios y no es solamente un ser individual, sino que forma parte de un conjunto social, porque además de ser individual, de ser la unidad sustancial de cuerpo y alma, el hombre es un animal social, así lo definió Aristóteles, y si el hombre es un animal social y todo ha sido hecho desde Dios y tiene que volver hacia Dios, todo el hombre y todos los hombres pertenecen a Dios.

 

Y esto quiere decir que también el hombre, como el conjunto de la sociedad humana, debe reconocer a Dios como su causa eficiente y su causa final, desde donde venimos y hacia donde vamos. Esto ya nos pone en contexto en este año que se cumplen cien años de la proclamación de la Encíclica Quas Primas del Papa Pío XI, en la cual afirmaba la Reyecía social de nuestro Señor Jesucristo; es decir que Jesucristo, no sólo será Rey al final de los tiempos, en la Parusía, cuando vuelva en gloria y majestad a darle a cada uno según sus obras, sino que tiene que ser proclamado Rey desde ahora.

 

Tiene que ser proclamado Rey de las familias, tiene que ser proclamado Rey de las organizaciones intermedias; es decir de los clubes, de los hospitales, de las escuelas, de los gremios, y tiene que ser proclamado Rey por el Estado. Y justamente por una acción como esta última indicada, fue que Gabriel García Moreno, presidente de Ecuador, fue asesinado justo cuando llevaba un rosario en las manos. Su único “crimen” fue consagrar Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús. Y, lamentablemente, de estos hechos ocurridos hace 150 años no se habla en las escuelas en Ecuador porque la masonería, los mismos responsables del asesinato, se encargaron después de negar y tergiversar la historia.

 

Lo cierto es que la cristiandad es el ideal que tenemos que buscar y ese señorío no es algo utópico ni idealista, porque ya ocurrió antes: Cristo reinó efectivamente durante mil años en la gloriosa Edad Media. Nótese el “gloriosa”, porque los enemigos la llaman “Edad Media” en sentido peyorativo, pero en realidad fue una etapa gloriosa en donde la vida del Evangelio fue impregnando paulatinamente las costumbres del pueblo, especialmente europeo, y fue cambiando la idiosincrasia. Al principio estaba legalizado el aborto, permitido el infanticidio, el hombre podía casarse y descasarse, era lícita la esclavitud, por ejemplo, y poco a poco se fue impregnando el Evangelio en esas costumbres bárbaras y paganas, cambiando todo hasta tal punto que, en el número 9 de su encíclica Immortale Dei, el Papa Leo XIII mencionó que “la filosofía del Evangelio impregnó la vida de los Estados”.

 

Eso no significa que el hombre esté enemistado con los medios tecnológicos actuales. No es necesario que renunciemos a algunas de las conquistas del mundo moderno. Lo que nosotros queremos es vivir, en este siglo XXI, sin las tecnologías que no vayan de acuerdo al querer de Dios para que nuevamente Jesús sea nuestro Rey. “Este es el ideal del Estado y este tiene que ser el ideal de los cristianos”, decía el Padre Meinvielle, y esto es independiente a la época que estemos viviendo, ya sea durante la primera persecución del Imperio Romano, cuando la Iglesia se estaba extendiendo por el mundo; o bien que en la época del Anticristo. Maritain, un conocido filósofo del siglo XX, decía que la cristiandad tendría que ser entendida de modo análogo; es decir que lo que antes se entendía por cristiandad, hoy serían los ideales de la libertad y de la democracia. Y esto es falso porque esto daría un Evangelio distinto, por ejemplo, si lo más importante era la libertad o los votos en un Senado o en el Congreso, hoy tendríamos, por ejemplo, el aborto aprobado en todos lados, lo que tristemente ya ha ocurrido en muchos países.

 

No hay otra forma de entender el Evangelio, no hay otra forma a la cual nosotros, como cristianos y católicos, debamos aspirar. Más aún, nosotros sabemos que hubo un proceso de apostasía que comenzó con el protestantismo, en el cual se decía: la Iglesia no y Cristo sí; después vino la Revolución Francesa, que decía: Cristo no y dios sí, claro que no se referían a un Dios católico, sino un deísmo de manera liberal; y después vino la Revolución Comunista que promovió: Dios no y el hombre sí, o Dios no ha existido nunca, Dios ha muerto. Esta fue una reflexión del Padre Meinvielle de 1936 que fue repetida por el Papa Pío XII en 1952.

 

El proceso de apostasía es real y estamos insertos en él en pleno siglo XXI, por eso nosotros tenemos que ser no solo anticomunistas, sino contrarrevolucionarios; porque si no nos definimos, el mal sigue avanzando porque nosotros no estamos dispuestos a hacer lo que debemos hacer. Muchas veces somos cobardes, somos tibios, nos encerramos en nuestros hogares o nos quedamos cómodos en diferentes distracciones y no buscamos impregnar la sociedad según Dios. Lo que debemos hacer para aspirar incesantemente a la restauración de la cristiandad, es, ante todo, que nuestro Señor Jesucristo reine en nuestras almas.

 

Porque si vitoreamos de la boca para afuera que Cristo reine, pero vivimos en pecado mortal; si no rezamos, si no ponemos al Sagrado Corazón de Jesús en nuestra familia, entonces ¿dónde está el reinado de Cristo? Así que, ante todo, individualmente, tenemos que hacer que Jesucristo reine en nuestra vida viviendo en gracia de Dios. En segundo lugar, tenemos que hacer que Cristo reine en nuestra familia; que los criterios de papá, de mamá y de los hijos no sean los individuales, sino que sean los del Señor Jesucristo. Hay que entronizar el Sagrado Corazón de Jesús en el hogar, rezar el Rosario en familia, porque eso es lo principal antes de mirar televisión o de ver cualquier otra cosa, es decir, que lo más importante en la casa sea el valor de la fe. Y después, gradualmente, debemos tratar de impregnar los lugares que frecuentamos: la casa, el trabajo, el lugar de descanso o lo que fuere. Cada uno debe ser impregnado según el querer de Dios.

 

Y en ese caso, si por ejemplo una persona es médico de profesión y se le obliga a hacer un aborto, debe decir ¡no! y antes renunciar; luchar de todas las formas posibles antes de cometer un crimen. Y si como estudiante o como docente en una escuela se enseña la ideología de género, hay que negarse a participar en eso, es mejor renunciar, jamás transar.

 

Evidentemente, como dice el Padre Castellani, la Iglesia volverá al desierto de donde salió, pero no hay que irse al desierto antes de tiempo, mientras llega el momento hay que pelear, porque “de la cobardía de los buenos surge la audacia de los malos”, como dijo el Papa León XIII; y es por eso que el mal ocupa cada vez más puestos en la sociedad. Nosotros, los que queremos que Cristo reine, tenemos que librar el buen combate de la fe con la espada y no con el puñal, como dice el Padre Meinvielle, porque la espada representa un combate limpio, abierto, frontal, un combate de la verdad, donde hay cosas que no están permitidas; mientras que el puñal proviene del alma propiamente judaica, la mentira, la traición y el ocultamiento.

 

Nuestro combate debe ser limpio como lo enseña Santo Tomás, bonum est integra causa, malum est quocumque deffectu; es decir, el bien es una causa íntegra, el mal es cualquier defecto y nosotros no podemos obrar con ningún mal; mientras que los enemigos no tienen miedo, como no tuvieron miedo de asesinar a Gabriel García Moreno y tampoco tendrán miedo de asesinarnos a nosotros si así lo quisieran. Y como decía el Padre Julio Meinvielle “para restaurar las patrias, para que vuelva la cristiandad, tiene que correr sangre”.

 

El hombre que viene, decía el mártir Jordán Bruno Genta, tiene que ver con la violencia. “Uno es el que hace violencia, otro es el que sufre la violencia; uno es el perseguidor y otro es el mártir. El reinado del perseguidor termina con la muerte; en cambio, el reinado del mártir comienza con la muerte.” Así que no hay que tenerle miedo a la muerte, no hay que tenerle miedo a ser testigos de Cristo hasta el final, con la palabra, con las obras, y si fuera preciso, con la sangre. Claro que esto no hay que pedirlo porque sería temerario, pero sí tenemos que estar siempre dispuestos a dar ese buen combate.

 

Que Nuestra Señora, la Virgen Santísima, que es la Reina de la cristiandad, la Reina de los mártires, nos conceda a nosotros siempre dar ese testimonio, que no claudiquemos jamás, ni por miedo, ni por temor, y que siempre vayamos por todo el mundo proclamando que Jesús es Nuestro Rey, aunque le moleste a los que están al lado o nos persigan, porque el Señor tiene en su mano la historia del mundo y de los pueblos y cuando el Señor quiera nos dará la victoria o nos coronará con la sangre del martirio.


 
 
 

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