María Santísima, Causa de Bendición Para el Mundo
- P. Jorge Hidalgo
- 26 dic 2024
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 3 ene
La devoción a Nuestra Señora es prenda de salvación eterna.

Por P. Jorge Hidalgo
María es un símbolo de la Iglesia y todo lo que la Iglesia espera ser, está todo ejemplificado en María Santísima. Por eso, su prima Isabel, movida por el Espíritu Santo la llama bienaventurada. ¿Quiénes son los bienaventurados? Los justos del Cielo, porque la verdadera felicidad no es la de este mundo, sino la de aquellos que contemplan a Dios cara a cara en la eternidad.
María Santísima es bienaventurada y llamada así por el Espíritu Santo porque Ella es la causa de bendición del mundo. Por eso nosotros en las letanías tenemos las jaculatorias, que no son otra cosa sino piropos que le decimos a nuestra Señora.
Por ejemplo le decimos Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual, Vaso de honor, Vaso insigne de devoción, etc., porque Ella contiene al autor de la gracia, Ella es la Madre de la divina gracia, Ella lo contiene y lo lleva, y nos da la verdadera alegría, que es la que está en la eternidad, Ella es la que nos hace tener nuestro corazón fijo en Dios. Por ello es que la devoción auténtica a nuestra Señora es señal de salvación, es señal de estar inscritos en el cielo.
Así, nosotros también tenemos que seguir aquel consejo de nuestra Señora: “Hagan lo que Jesús les diga”; debemos ser buenos hijos de la Virgen, porque donde está nuestra Señora, el maligno queda derrotado para siempre.
Lo que ha de vencer al demonio es la humildad
Dios preparó a alguien con un corazón puro para morar ahí, y que por su pureza y su humildad el demonio sea humillado. Es la Santísima Virgen María, Ella le aplastará la cabeza (Ipsa conteret caput) a la serpiente; lo cual se refiere a su intelecto, su soberbia, que será aplastada con la humildad de la Virgen María y eso, evidentemente para el demonio es más humillación porque, que lo aplaste Dios es razonable, pero que lo haga alguien que pertenece a nuestro género humano, para el diablo es la peor humillación que puede recibir.
Sin embargo, esto ha de suceder porque hay un rechazo irreconciliable entre Dios y el pecado, y entre los que son de Dios y los que son del pecado o los que son los autores del pecado; por ello existe incluso el linaje de la serpiente, que es el mismo diablo y su descendencia, aquellos que en esta vida hacen las cosas del demonio.
¿Por qué María?
Es tan importante el papel de la Santísima Virgen María que San Anselmo nos dejó una famosa oración del siglo XII:
Dios es el Padre de las cosas creadasy María es la Madre de las cosas recreadas.
Por su parte, Santo Tomás de Aquino dijo que Dios no puede hacer algo más grande que la Santísima Virgen; que fue llamada por el Ángel Gabriel, enviado por Dios, como Llena de Gracia (Chaíre quecharitoméne). Y justamente sobre estas gracias dijo San Luis María Grignion de Montfort que si el conjunto de las aguas se llaman mares, el conjunto de las gracias se llaman María.
Puede escandalizar a algunos lectores escuchar que hay algo que Dios no pueda hacer… La respuesta que da el Doctor Común es que en el orden natural no hay nada más cercano a la maternidad; y en el orden de todo lo existente no hay nada mayor que Dios… Por eso, en la presente economía de salvación, el Verbo Encarnado (en cuya persona están unidas las dos naturalezas, divina y humana), la Santísima Virgen (por ser verdadera Madre de Dios) y las almas bienaventuradas (por contemplar la Divina Esencia) no pueden ser mejor, porque están en contacto con el mismísimo Dios.
Nosotros tenemos que ser como Nuestra Madre, estar asociados con Ella, ser de los más pequeños, como dice San Luis María Grignion de Montfort, hacernos los pies del cuerpo místico de la Iglesia, o sea, de los más humildes; no intentar sobresalir como si fuéramos la cabeza, porque ése es Cristo y el cuello de la Iglesia es la Virgen. Nosotros tenemos que ser el pie, es decir, lo más pequeño, lo más insignificante, lo último de la Iglesia, porque eso es lo que pisa la cabeza de la serpiente, es decir, lo que ha de vencer al demonio es la humildad.
Debemos tener un profundo amor a Nuestra Señora, tenemos que llenar nuestra alma de gracia y de virtudes y tener un odio irreconciliable con el pecado, porque más hijos de la Virgen seremos, cuanto más el pecado odiemos y cuanto más procedamos según el querer de Dios.
Pidamos a la Virgen que también nosotros tengamos esta lucha inclaudicable contra el pecado, contra nuestras debilidades, contra las tentaciones del diablo, para que en nuestro corazón solamente reine la gloria y la honra de Dios.
Hay que procurar la confesión, permanecer en gracia y tener una auténtica devoción a la Virgen, imitando sus virtudes, siguiendo sus ejemplos, rezando todos los días al Santo Rosario, llevando con devoción el escapulario. Porque -insisto- la devoción a Nuestra Señora es prenda de salvación eterna, como lo dice San Alfonso María de Ligorio, San Luis María Grignion de Montfort y San Maximiliano Kolbe, entre muchos otros santos.
Pidamos a Dios Nuestro Señor la gracia de ser buenos hijos de Santa María, para que Ella venga a visitarnos, como hizo con su prima Isabel, con el Sol que nace de lo alto, Cristo Nuestro Dios.
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