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El Concepto de Razón Abierta y el Proyecto de “Via Veritatis”

Un mundo constituido solo por lo que las ciencias nos pueden decir y demostrar resulta absurdo, porque niega el espacio para las preguntas fundamentales de la experiencia humana.


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Por Jorge Castro de Dios


Uno de los problemas más clásicos de la filosofía ha sido la relación entre la razón y la fe, que, aunque ha estado presente a lo largo de la historia de la filosofía, se intensificó especialmente en el contexto de la modernidad. En este sentido, puede considerarse que el Renacimiento fue el momento histórico, donde estas posturas se exacerbaron hasta el punto de marcar una oposición completa entre la fe y la razón, ya fuera bajo la forma del racionalismo o bajo la forma del fideísmo.


En términos generales, el fideísmo y el racionalismo son dos caras de la misma moneda, pues ambas son formas de reducir y negar nuestra capacidad de conocer la realidad. Sin embargo, la diferencia es que uno, el racionalismo, concede primacía absoluta al conocimiento racional, especialmente de corte científico mientras que el otro fragmenta la realidad en dos ámbitos —el racional y el espiritual— y otorga prioridad a este último.


De fondo, el racionalismo desprecia a la fe por ser algo que no puede explicar y que, por tanto, considera irreal. En cambio, el fideísmo tiende a negar la realidad, afirmando que no es importante y que, incluso, debe de ignorarse, si va en contra de los dogmas. Lo más curioso de esta situación es que ambas posturas, lejos de una sana teología, ignoran que la razón y la fe tienen un mismo autor, la Verdad con mayúscula y que, por eso, negar una nos lleva, al final, a renegar de la otra.


Etienne Gilson fue uno de los autores que con más agudeza notó esto, pues en su libro de La unidad de la experiencia filosófica, él observó un hecho histórico: que los periodos de fideísmo eran seguidos por periodos de escepticismo, lo que llevó a este filósofo a afirmar que la fe y la razón tenían una relación extraña, ya que no podía existir una sin la otra. Por eso, de creer sin razón (fideísmo) se pasaba a no creer en nada (escepticismo) y de ahí a creer solo en lo absolutamente racional (racionalismo), que, al no poder ser explicado, arrojaba, de nuevo, al fideísmo.


Este largo ciclo, observable en la evolución del fideísmo de Ockham al escepticismo de Montaigne y, finalmente, al racionalismo de Descartes, se repitió continuamente en la historia del pensamiento hasta llegar a la actualidad, donde el conocimiento científico y el religioso/moral se consideran dos esferas separadas y sin comunicación. Una cosa es creer y otra saber, se dice, lo cual se aleja completamente del pensamiento de Aristóteles, quien decía que, para saber, primero hay que creer.


Sea como sea, esta fragmentación del mundo fue la que llevó al cardenal Joseph Ratzinger a hablar en 2005 de una “autolimitación de la razón” en el pensamiento moderno, caracterizada como una exigencia de validación por criterios científicos y matemáticos en nuestro conocimiento. Sin embargo, un mundo constituido solo por lo que las ciencias nos pueden decir y demostrar resulta absurdo, porque niega el espacio para las preguntas fundamentales de la experiencia humana.


De nuevo, Benedicto XVI lo expresa con claridad al describir un “mundo desligado de los conocimientos fundamentales que sustentan a la humanidad, un mundo que de esta manera arroja al hombre a un vacío de sentido”. Sin embargo, surge entonces la pregunta de cómo salir de este sinsentido, de cómo posibilitar un encuentro nuevo entre la fe y la razón, que no lleve a la subordinación destructiva de una por otra, a lo que el pontífice responde con el concepto de “razón abierta”.


Con este término, Benedicto XVI llamaba en 2006 a una liberación de la razón desde la celda que ella misma se había impuesto, es decir, a que la razón dejara de considerar como única fuente de referencia válida a la ciencia y estuviera dispuesta a entrar en diálogo con otras disciplinas, como la fe, la filosofía y el arte, cuyo conocimiento también tiene un valor y que, de hecho, constituye el trasfondo de algunas de las preguntas más importantes para toda persona, como la del sentido de la vida.


Por ello, y como parte de una iniciativa por recuperar esta apertura fundamental de la razón, el grupo de Sedes Sapientiae ha inaugurado el proyecto de “Via Veritatis”, cuya intención es brindar herramientas interdisciplinarias a alumnos de nivel universitario o superior sobre cómo aplicar saberes filosóficos a diferentes áreas de conocimiento, a fin de adquirir una perspectiva completa sobre los mismos.


En este sentido, el proyecto de “Vía Veritatis”, ofertado de manera presencial en Guadalajara, Jalisco, con una duración de diez meses, es una nueva oportunidad para aquellos interesados en estudiar filosofía, aunque no necesariamente como carrera, o que desean dar un giro humanístico al trabajo o estudios que ya están realizando desde un enfoque abierto al diálogo de las ciencias, la filosofía y la fe en dimensiones tan variadas como la epistemología, la ética o la teoría del sentido.


Más aún, en un contexto en el que la razón, como describió el difunto Benedicto XVI, se encierra en sí misma y las grandes preguntas tienden a ser acalladas, en especial, en ambientes universitarios, este tipo de proyectos se presenta como una alternativa para aquellos interesados en buscar “el camino de la verdad” sin miedo, camino que indudablemente está lleno de dificultades, pero que nos libera del ambiente vacío y sin interés que ha infestado la vida moderna y, en especial, las escuelas.


Ojalá que esta primera edición sea el inicio de un proyecto que pueda seguir para la formación integral de jóvenes y no tan jóvenes y, al mismo tiempo, reciba atención e interés de aquellos que buscan una educación de verdad. Finalmente, se hace una cordial invitación a revisar e inscribirse en este proyecto o, en su defecto, a buscar esta apertura de la razón que, de fondo, de una apertura a lo real y, por tanto, a la verdad.


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