Sin Caridad no hay Virtud
- P. Jorge Hidalgo
- 29 may
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Actualizado: 30 may
Lo importante en esta vida no es el placer, los títulos, el dinero o mandar más; lo importante en esta vida es amar más a Dios mientras tengamos vida

Por P. Jorge Hidalgo
Quiero seguir profundizando en la virtud de la caridad porque al ser la reina de las virtudes, si no tuviera caridad, todas las demás virtudes estarían muertas. La caridad es como el alma en el cuerpo; si el cuerpo, por más bonito que sea, fallece, al separarse el alma del cuerpo tarde o temprano el cuerpo se descompone. Lo mismo ocurre con la caridad, si está ausente en una persona, todas las virtudes tarde o temprano mueren, languidecen, fallan, porque la caridad es el alma de todas ellas.
¿Y por qué es tan importante la caridad? Como expusimos en la entrega anterior, porque Dios es Caridad y no hay otra forma de proceder para el cristiano que no sea la caridad.
Efectos de la caridad
Existen algunos efectos interiores que tiene en nosotros el amor a Dios, ante todo, la auténtica caridad provoca la alegría en el cristiano porque la alegría es para nosotros el bien presente y Dios es el máximo Bien, nada se puede comparar con Él. Otro efecto es que se es parte de algo Bueno, es decir todo lo bueno parte de Dios porque lo Bueno es Dios.
La alegría viene también del bien que viva el amado, como dice en el Evangelio de San Juan: Si me amaráis, os alegraríais de que vuelva junto al Padre. Dice Santo Tomás que la caridad es amistad, y la amistad es querer lo mismo o dejar de querer lo mismo que el amado; esta es la razón por la que nos alegramos en Dios.
Además, si nuestra alegría está en el Señor, no nos pueden entristecer las cosas de la tierra. Es cierto que las personas pueden ponerse tristes por una enfermedad, por la pérdida de un ser querido o alguna otra situación difícil que atraviesa en la vida, pero en realidad nuestra verdadera alegría tiene que estar en hacer las cosas de Dios, aunque nos haga falta lo que más queremos en la tierra.
Para mí, la vida es Cristo y la muerte una ganancia, decía San Pablo, de tanto que se alegraba en cumplir la voluntad de Dios y llegar hasta Él que, incluso la muerte le parecía ganancia. Qué diferente pensamos a veces los cristianos, porque estamos muy lejos de tener el Espíritu de Dios. Si uno piensa como Dios, incluso las cruces, incluso las dificultades, incluso la muerte o la pérdida de un ser querido, todo eso nos tendría que alegrar en Dios.
Incluso, esa alegría nadie nos la va a poder quitar, dice en el mismo evangelio de San Juan, porque Jesús venció al pecado, venció a la muerte, venció al demonio, nos abrió el Cielo… y así vengan todos los problemas del mundo, aunque vengan todas las fuerzas del infierno a querer arrebatarnos del amor a Dios, si uno está unido a Jesucristo, nadie nos va a poder quitar la alegría en el Señor. Por eso dice San Pablo: Ni la muerte, ni la vida, ni lo alto, ni lo profundo, ni los poderes de la tierra, nada podrá apartarnos del amor de Cristo.
Como católicos, debemos estar alertas y preguntarnos siempre: ¿cuál es la causa de nuestra alegría? ¿cuál es la causa de nuestra tristeza? Porque si nos alegramos por cosas de la tierra, pero que no están ordenadas a Dios, eso está mal, está desordenado; o si la tristeza por las cosas de este mundo me aplasta el corazón y no puedo ver a Jesús resucitado, con la alegría que nos da la victoria definitiva de nuestro Señor sobre el demonio, eso es para cuestionarse. La caridad tiene que producir en nosotros una alegría que nadie nos puede quitar.
Sí se puede recuperar la paz en el mundo y en las familias
Otro de los efectos de la caridad según Santo Tomás, es la paz. Todos los hombres quieren paz. ¿A quién le gusta vivir con problemas? ¿A quién le gusta sentir una enfermedad que esté cada vez peor? Todo el mundo quiere la paz pero la auténtica paz surge cuando uno ama a Dios sobre todas las cosas y ama al prójimo por amor a Dios.
Fijémonos, en el Paraíso, el hombre se rebeló contra Dios y enseguida empezaron las discordias entre el hombre y la mujer. Cuando Dios le pregunta a Adán -¿Qué hiciste? Inmediatamente se justificó y culpó a Eva: -La mujer que pusiste a mi lado me sedujo. No aceptó su culpa, no aceptó que hizo mal, que desobedeció a Dios. A su vez, cuando Dios le pregunta a Eva, ella tampoco admite su culpa y señala como responsable de sus acciones a la serpiente. Así empiezan las disensiones y los problemas en la familia. ¿Por qué ocurrió esto? Porque se murió la caridad; porque no se ama a Dios sobre todas las cosas, porque no se ama al prójimo por amor a Él.
La buena noticia es que podemos recuperar la paz original. ¿Cómo? Justamente viviendo para Dios, viviendo bien confesados, poniendo ante todo a Dios como el fin de nuestra existencia y pensando que todo lo tenemos que hacer por y para Él. Si obramos de esa manera, todo puede ser hecho para la gloria de Dios.
El problema es que nos rebelamos contra nosotros mismos y contra lo que realmente queremos. Dice San Pablo que la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Sucede que, con nuestra inteligencia estamos conscientes de que tenemos que hacer el bien y evitar el mal, pero a veces nuestra misma sensibilidad se rebela contra nosotros: No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, decía el mismo San Pablo; por eso es que nos cuesta tener paz en el corazón.
En ocasiones pensamos, “yo sé que lo correcto es esto, pero me cuesta hacerlo”; eso se llama concupiscencia y es el motivo de la rebelión que tenemos dentro de nuestro corazón, de las pasiones contra la voluntad o de la voluntad que no quiere hacer el bien que le indica la inteligencia.
Tenemos que recuperar esa paz original, esa paz que Dios le dio a Adán y a Eva, y lo vamos a lograr cuando amemos a Dios sobre todas las cosas; aunque parezca muy difícil, el hombre lo puede lograr, más aún cuando uno descubre y comprende que Dios es la alegría y el verdadero amor de nuestra alma; entonces, aunque todo el mundo dé vueltas, uno está firme en Dios. “La cruz permanece firme mientras el mundo gira” dice el lema de los cartujos y de la vida contemplativa.
El Señor puede y quiere darnos la paz cuando nos esforzamos en amarlo sobre todas las cosas, pero nos promete aún más. Dice el Evangelio de San Juan: El que me ama será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará, iremos a él y habitaremos en él. Esto se refiere a la presencia de Dios en el alma.
Dios evidentemente está presente en todas las cosas, dice el Salmo: Si subiera al cielo, allí estás tú. Si desciendo hasta el infierno, allí te encuentro. Dios está en todos lados porque si no estuviera eso no existiría directamente; pero la cita de San Juan (El que me ama será fiel a Mi Palabra, y Mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él) se refiere especialmente a la presencia que Dios tiene en el alma de los que están en gracia de Dios, es decir, de los que lo aman sobre todas las cosas.
Dios vive en ese corazón como si fuera un templo y por lo tanto la persona debería de tener esa conciencia y actuar conforme a esa presencia de Dios en su corazón. Por ejemplo, cuando entramos a un templo, ya que el Señor está presente en el Santísimo Sacramento que está resguardado en el Sagrario, por respeto a Su presencia no entramos hablando por teléfono, o mal vestidos; sino que doblamos rodilla y nos ponemos en oración, es decir que hacemos cosas que no hacemos en ningún otro lugar público.
En esa misma clave deberíamos de vivir si sabemos que Dios habita en nosotros, si sabemos que estamos bien confesados y Dios está presente en nuestro corazón; con esta conciencia no deberíamos faltarle, sino por el contrario, deberíamos evitar los pecados. Si así actuáramos, creceríamos rápido en la amistad con Él y en santidad.
Esa actitud de adoración, la misma que tendríamos frente a la presencia de Dios, es la que deberíamos tener continuamente pensando que Dios vive y habita en el alma de los justos, porque su delicia es estar entre los hijos de los hombres, dice el profeta Baruc.
¿Todos en el Cielo ven a Dios?
De acuerdo a los Padres espirituales, la morada que hay en nuestra alma y que se alcanza en el Cielo depende del grado de caridad con el cual uno vive; es decir, ¿todos en el Cielo ven a Dios? Sí. ¿Todos lo gozan de la misma manera? No. ¿Y por qué no? Porque el que más ama a Dios en esta vida, más lo va a disfrutar en el Cielo y en la eternidad, así que jamás será igual el grado de santidad que tiene la Santísima Virgen en el Cielo, que el grado al que podemos llegar a tener nosotros, porque la Virgen amó más a Dios que nosotros y Ella lo amó desde el primer momento, nunca le fue infiel, nunca tuvo un acto de pecado ni grave, ni leve, nunca tuvo una imperfección, siempre buscó lo mejor para Dios. Entonces, la Virgen amó más a Dios que nosotros.
Ese ejemplo se aplica también entre un santo y otro, se aplica igual entre el que fue fiel a Dios toda la vida y el que quizás tuvo muchas caídas y también se salvó, pero tuvo muchos pecados que limpiar y que purgar. Hay muchos grados de caridad y según el grado de caridad y de amor a Dios que nosotros tengamos en esta vida, es el grado con que lo vamos a disfrutar en el Cielo.
Por eso dice San Pablo que una estrella se diferencia de la otra por su resplandor; eso quiere decir que así como son diferentes el sol y las otras estrellas, porque todas las estrellas son diferentes entre sí, así va a ser distinta la luz de cada santo en el Cielo, pero no habrá envidias, porque, puso el ejemplo Santa Teresita: si nosotros tenemos un dedal, un vaso, un balde y un lago, y todos están llenos de agua, a cada uno le bastará, uno tendrá más agua que el otro, pero todos estarán llenos de agua y no tendrán envidia del de al lado.
Por esta razón es tan importante amar mucho a Dios en esta vida, crecer en el grado de oración porque, como dice también Santa Teresa, el grado de oración que tengamos es proporcional al grado de vida espiritual que tenemos. Tenemos que crecer en la oración, crecer en la caridad, amar a Dios sobre todas las cosas, y mientras más lo amemos en esta vida, más lo gozaremos en el Cielo.
Es apremiante insistir entonces en la importancia de que estemos bien confesados, en que tenemos que luchar contra el pecado mortal, en que debemos esforzarnos por amar cada día más a Dios en esta vida de manera más intensa, no como una cosa mecánica, sino como algo cada vez con mayor ahínco, con mayor fuerza.
Porque lo importante en esta vida no es el placer, los títulos, el dinero o mandar más; lo importante en esta vida es amar más a Dios porque el amor puede crecer en nosotros mientras estamos en esta vida presentes, después ya no, al morir el grado de caridad que hayamos alcanzado en vida va a quedar fijo, de tal forma que se alcanzará el Cielo o la condenación para siempre.
Pidamos a la Santísima Virgen que nos conceda la gracia de crecer en la caridad, que nos conceda el deseo de amar cada día más a Dios, de luchar contra nuestros defectos, que nuestro gozo esté en la presencia de Dios, en la presencia del Resucitado. Que tengamos esa paz que solamente Jesucristo, como vivo para siempre y venciendo al demonio, puede dar a nuestros corazones, a nuestra familia y a nuestra patria; y que pensemos que solamente la presencia de Jesús y de la misma Santísima Trinidad en el corazón de los justos, es esa alegría que el mundo no puede conocer. Que Ella, que tuvo esa triple presencia de Dios en el corazón, nos conceda alegrarnos siempre en Dios y buscar en todo, su santa voluntad.
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