Sacrifícate por las Almas

Hay en el mundo almas sedientas que esperan el anuncio del reino de Dios. Habrá también maravillosas sorpresas cuando en el juicio se descubran nuestros sacrificios y oraciones ofrecidas para salvar almas.

Por P. Alfonso Barragán

Es una fresca mañana del mes de abril. El lago está sereno y en sus tranquilas aguas lejos de la orilla, boga una barquichuela de rudos pescadores… 

Junto a la ribera, una figura humana se divisa: luz divina brilla en su mirar, fuego de cielo abraza su noble corazón. Contempla el verdor de la campiña, el ondular del lago de Tiberíades y a lo lejos las siluetas bellísimas de los montes de Palestina.

“Es el Señor”, dice el discípulo de mirada limpia a Pedro. Y sin demora, el fogoso apóstol, aguijoneado por mil recuerdos, se lanza en busca del Maestro Nazareno.

Ha pasado una hora de dulces confidencias. El Maestro se dirige a Pedro: “¿Me amas tú más que estos?”. “Tú sabes, Señor, que te amo”, responde el apóstol… “Apacienta mis corderos”...

“Apacienta mis corderos… Apacienta mis ovejas”.

Cristo da a Pedro por su amor nuevo y ardiente, la gracia del apostolado y la de ser Padre de apóstoles. El amor de Pedro, amor sincero, amor de fuego, amor que quiere resarcir quiebras pasadas, le lleva a trabajar y a morir por su Maestro y por las almas a él encomendadas.

El amor es, pues, en la ideología del Maestro, propulsor de obras y empresas apostólicas. Cristo elige a sus apóstoles entre aquellos que le aman ardientemente. Estos , a su vez, desean llevar a Cristo almas, muchas almas, todas las almas, quieren ser apóstoles.

Pero hay muchas almas que aman a Cristo, que sienten ese fuego ardiente en su corazón y que por otra parte no pueden dedicarse activamente al apostolado. ¿Qué han de hacer?

Orar, sacrificarse por los intereses de Jesucristo.

Son tantas las almas que no le conocen, que por consiguiente no le aman ni le sirven. “¿Me amas?”... “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”. ¿Me amas, no puedes trabajar activamente como Sacerdote, como religioso, misionero o misionera? … Ora, sacrifícate, por las almas; ayuda a los misioneros a salvarlas.

Con estas armas, sin sacrificio a los ojos de todos, menos a los de Dios, y con oración constante, conquistó Santa Teresa del Niño Jesús el título de Patrona de las Misiones al igual que San Francisco Xavier, y con estas armas han luchado por Cristo Rey millares de Misioneros ocultos, repartidos por todas partes del mundo. Pues en toda la redondez de la tierra hay manos que se levantan en señal de auxilio, labios que no cesan de pedir que se les imparta la doctrina salvadora, ojos ciegos que quieren se les alumbre, corazones que buscan, sin encontrarlo, un objeto digno de su amor.

Miles de millones de almas no conocen aún a Jesucristo, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Los Misioneros piden vuestra cooperación porque la necesitan.

Un pequeño sacrificio puede salvar un alma, una pequeña oración puede abrir el cielo a uno que tendía a perderse para siempre. Y… ya sabéis; Animan salvasti, tuam praedestinasti: salvaste a un alma, predestinaste la tuya.

En la hora de la muerte, hora de las revelaciones, cuántas maravillas descubriremos que ha hecho el Señor por los sacrificios y oraciones ofrecidas en pro de las almas.

Oh, Jesús; Redentor de todos los hombres, haced que los méritos de vuestra vida, pasión y muerte, se apliquen a nuestros hermanos que yacen en el paganismo; haced cristianos fervorosos a los ya bautizados, aumentad el número de obreros en este campo de vuestra Viña, dad esfuerzo y constancia a los misioneros que actualmente trabajan en las misiones para que lleven a Tu Corazón el mayor número de almas. Así te lo pedimos por intercesión de tu Santísima Madre y Madre nuestra, Santa María de Guadalupe.

Sagrado Corazón de Jesús, ¡ven a reinar en todos los corazones!