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¿Por qué Todavía no soy Santo?

Actualizado: 5 ago 2024

Es por amor que Nuestro Señor Jesucristo instituyó el sacramento de la Eucaristía y lo confió a la Iglesia; es por amor que quiere habitar en nuestro corazón



No hay nada en la vida que nos pueda santificar más que una comunión devota o participar  en la Santa Misa de una manera fervorosa.


Vivificada por la presencia de Dios en nosotros, la comunión repara las fuerzas del alma fatigada por el pecado, debilita nuestras pasiones y las malas tendencias que luchan contra la buena salud de nuestra alma. 


Cuando el corazón entiende lo que Dios quiere pero al final no se enciende el fuego del amor y seguimos fallando en las mismas cosas, conviene revisar si estamos actuando por rutina, si estamos poniendo la debida atención al milagro en el que estamos participando y si estamos abiertos a la gracia que Dios quiere regalarnos.


Lo que ocurre cuando comulgamos es lo contrario a lo que pasa cuando nos alimentamos.

Cuando te alimentas, tu cuerpo asimila los nutrientes para su provecho; mientras que cuando comulgamos, es Cristo el que nos asimila a nosotros, nos transforma, nos diviniza. Es decir que al comulgar recibimos todo el tesoro de la Santidad, un tesoro infinito. No se recibe solo a Cristo, sino a la Santísima Trinidad, por eso al comulgar, si estás en gracia, te conviertes en sagrario de la Santísima Trinidad y entras en una corriente de amor infinito que hay entre las tres divinas personas, pero hay que tener plena conciencia de ello.


Cuando se disponía para la comunión, Santa Gertrudis pedía a las tres divinas Personas, que la purificaran y engalanaran con sus dones, para acercarse dignamente al banquete eucarístico. Entonces recibió la gracia y Jesucristo se manifestó visiblemente en el divino Sacramento; y aquel Señor que anhela comunicarse al corazón humilde, le descubrió su Corazón Sacratísimo y la roció con sangre y agua emanadas de su costado. 


¿Cómo hacer una comunión devota?


Lo más importante para poder hacer una comunión devota es preparándola y tener las disposiciones necesarias para la comunión, por supuesto estando en estado de gracia y tener una recta intención de comulgar para agradar a Dios.


En otra ocasión en que Santa Gertrudis preparaba su comunión con gran fervor, el Sagrado Corazón le dijo: “Yo enviaré a tu alma mi inocencia para que cubra tus faltas, y mi humildad y caridad para que te presentes con decencia y los adornos debidos en la mesa y convite a que te llaman.” Jesús correspondía al fervor y amor con que Gertrudis se preparaba para recibirlo.


Esa actitud es indispensable, tener una fe viva, creer que Jesús está en la Eucaristía y acercarse al Señor como el leproso,con profunda humildad: “Ya me ha perdonado mucho”, “no soy digno”, “a pesar de mi miseria el Señor viene a mi alma”. Recibirlo de rodillas para reconocer su infinita superioridad.


Pero es conveniente tener en cuenta que la comunión no se prepara solo previamente al momento destinado para ello, también se prepara desde el momento en el que decides ir a la Santa Misa, guardando el ayuno eucarístico, tomar las previsiones necesarias para llegar temprano al templo, para presentarte vestido dignamente, tomando en cuenta el tiempo para realizar tu oración previa a la Misa para unirte a la Santísima Virgen en la renovación de la Pasión de Su hijo; en el comportamiento que adoptas en el templo, siendo respetuoso del lugar sagrado en el que te encuentras y consciente del momento en el que vas a participar: la renovación del sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo.


Debes tener una confianza infinita, un gran deseo de comulgar y nunca comulgar por costumbre. Entre más grande sea el deseo de recibir al Señor, se ensancha más el recipiente para recibir la gracia de Dios, es decir que entre más se disponga el alma, más gracias se reciben, por lo que entre más comuniones tengamos, siempre y cuando cumpliéramos lo anterior, seríamos cada vez más santos, sería un círculo virtuoso, porque al comulgar con estas disposiciones crece el amor a Dios y crece el deseo de comulgar.


Una vez que tengas al Señor en el alma, no te olvides que está ahí.


Un misterio de amor


La beata Imelda Lambertini, una pequeña originaria de Bolonia, con apenas 11 años de edad, pudo comprender el amor con el que Nuestro Señor Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía y correspondió a él.


Ella deseaba recibir la sagrada comunión lo antes y mejor posible pero en aquel entonces (nació en 1322) no estaba permitido participar de la comunión sino hasta los 14 años. Era tanto su deseo de comulgar a Jesús en la Eucaristía, que convenció a sus papás para que la dejaran entrar al convento para que las religiosas la prepararan para recibir la Eucaristía.

Ella esperaba con ansias que se llegara el día, lloraba cuando veía a las religiosas comulgar y decía: “Oh Jesús mío, ¿cuánto tiempo me dejarás desearos todavía?”


Cuando tenía 11 años, durante la Santa Misa en la Solemnidad de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, Imelda repetía a Dios su enorme deseo de comulgar y de pronto, la forma consagrada apareció suspendida ante ella en un esplendor de luz. Las religiosas al ver el milagro, alertaron al capellán dominico, quien comprendió la voluntad de Dios, se colocó sus ornamentos, tomó la patena y dio la comunión a la pequeña.


Imelda permaneció en silencio, inmersa en la adoración y acción de gracias y cuando las religiosas intentaron hacerla salir de la capilla, se dieron cuenta que había muerto tras ése profundo encuentro de amor.


Conviene, si al preparar tu comunión adviertes que la fe no te alcanza, leer sobre Milagros Eucarísticos, como el ocurrido con la pequeña Imelda, que justamente son concedidos como una gracia por Dios para renovar la fe de aquellos que dudan.


Pide ayuda a Santa María


San Luis María Grignion de Montfort, en el Tratado de la Verdadera devoción, hace las siguientes recomendaciones a los ya consagrados a la Santísima Virgen. Prácticas que aún sin estar consagrados -aunque conviene hacerlo- podemos adoptar al momento de comulgar:


Antes de la Comunión

  1. Humíllate profundamente delante de Dios.

  2. Renuncia a tus malas inclinaciones y a tus disposiciones.

  3. Renueva tu consagración diciendo: “Soy todo tuyo, ¡oh María! y cuanto tengo es tuyo.” 

  4. Suplica a esta bondadosa Madre que te preste su corazón para recibir en él a su Hijo con sus propias disposiciones. Hazle notar cuánto importa a la gloria de su Hijo que no entre en un corazón tan manchado e inconstante como el tuyo… pero que si ella quiere venir a morar en ti para recibir a su Hijo, puede hacerlo, por el dominio que tiene sobre los corazones … Pídele su corazón con estas tiernas palabras: “Tú eres mi todo oh María, préstame tu corazón.”


Después de explicar por qué no somos dignos de recibir a Jesús, San Luis María recomienda una serie de jaculatorias y pensamientos para quedarnos en adoración, como fue dicho arriba, para no olvidar que Jesucristo está en tu corazón:


  • Recogido interiormente y cerrados los ojos, introducirás a Jesucristo en el corazón de María. Se lo entregarás a su Madre, quien lo recibirá con amor, lo tratará como Él lo merece, lo adorará con todo su ser …

  • O te mantendrás profundamente humillado dentro de ti mismo, en presencia de Jesús que mora en María. O permanecerás como el esclavo a la puerta del palacio del Rey, quien dialoga con la Reina. Y mientras ellos hablan entre sí, dado que no te necesitan, subirás en espíritu al Cielo e irás por toda la tierra a rogar a las creaturas que den gracias, adoren y amen a Jesús y a María en nombre tuyo.


Independientemente de las palabras que elijas o de que optes por el silencio, trabaja en tu preparación y posterior adoración, porque si crees que Jesús está verdaderamente presente en la Eucaristía, debes recibir santamente, lo que es santo.


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