Los Hombres Aturdidos no Percibirán el Engaño del Anticristo

Los placeres y apegos mundanos impiden que el hombre eleve su espíritu y se convierta a Dios.

Por P. Jorge Hidalgo

De manera especial en este tiempo de Adviento tenemos que pensar en nuestra responsabilidad por salvar el alma, debemos de tener presente que vamos a rendir cuentas a Dios ya sea el día de nuestra muerte o en la Parusía, cuando el Señor venga a juzgar a los vivos y a los muertos.

Desgraciadamente, contrario a lo que debiera ocurrir, los hombres están aturdidos “por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida” (Lc 21, 34); son presas de los placeres y están imposibilitados a la vida espiritual, a elevar la mente hacia Dios. Se han olvidado que la misión más importante en esta vida es trabajar por salvar el alma.

Nadie dice que está mal que el hombre se preocupe por ir a trabajar, viajar o hacer deporte; el problema viene cuando por hacer eso o incluso sin hacerlo, se olvida de que está de paso en esta vida y se olvida de buscar su salvación. Las preocupaciones de la vida lo ahogan y ahogan su vida interior, su vida espiritual; por eso no piensa más en la eternidad, no es capaz de preocuparse de ir a Misa el domingo, que debe confesarse, o mandar a sus hijos al Catecismo; para eso no tiene tiempo porque antepone todo a Dios y para Él ya no queda nada, teniendo un total descuido por la vida espiritual.

El tema de la salvación del alma queda también opacado por los placeres, los excesos del mundo. Recordemos que los pecados capitales son cabeza de varios pecados: impulsan a cometer otros. Por esa razón, la gula (con todas sus facetas, el exceso de la comida y la bebida, más los pecados actuales de la droga) empujan a la lujuria; y la lujuria empuja a los placeres más bajos, y embotan el recto uso de la inteligencia y de la voluntad. De esta manera engendran la llamada hebetudo mentis, como llamaban Santo Tomás y San Gregorio a la estupidez de la mente.

¡Por eso hay que recordar siempre que tenemos que salvar el alma!

En este mundo moderno el alma está tan metida en el placer, está tan sumergida en lo más bajo y rastrero, que lo que estamos viendo es, tristemente, similar a la degeneración de índole sexual que ocurría antes del diluvio, en tiempos de Noé, y similar también a lo que ocurría en Sodoma y Gomorra, con los pecados de sodomía.

El hombre cegado por los placeres del mundo está imposibilitado de pensar en la salvación de su alma porque la inteligencia que busca la verdad está nublada por el deleite. Y en orden al placer es que se han aprobado leyes como la ideología de género y el aborto, justificando la libertad de decidir cada persona sobre su cuerpo y el de otros.

Éste mismo aturdimiento seguramente impedirá que los hombres puedan reaccionar cuando ocurra la Tercera Guerra Mundial. En las primeras dos, hubo un vuelco de muchas personas hacia su fe, incluso de los soldados en el campo de batalla que hicieron una tregua para el día de Navidad. Pero ahora, los hombres están tan atontados porque están solo metidos en las cosas del mundo, que el alma no podrá elevarse a las cosas espirituales, a las cosas de Dios y caerán en las garras del Anticristo, que ofrecerá una falsa paz a la gente.

Hay que pedir al Señor la gracia de no ceder ante los placeres y las cosas del mundo moderno; de poder diferenciar la verdad y el error, de mantenernos siempre velando, trabajando por nuestra salvación, sin dejar de pensar en la eternidad.

Que la Santísima Virgen María nos dé la gracia para estar preparados porque nadie sabe el día ni la hora de la segunda venida en gloria y majestad de Nuestro Señor Jesucristo en la Parusía, cuando vendrá a darle a cada uno según sus obras.