Locura de Amor por Jesús
- Adveniat
- 3 ene
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Actualizado: 6 ene
Si tú supieras bien desocuparte de toda criatura, Jesús morará de buena gana contigo. Bienaventurado el que conoce lo que es el amor a Jesucristo. (Imitación de Cristo)

Por Adveniat
Muchos santos han tenido esta locura de amor por Jesús, lo dejaron todo por Él y por su donación generosa, su ejemplo y su profundo amor han llevado a muchos a seguir la devoción. Uno de ellos fue San Bernardo de Claraval que tuvo una visión que cambió su rumbo y el de muchas otras personas a las que contagió de amor por Jesús y “arrastró” con él hasta el monasterio.
Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo, se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén, en brazos de María, quien le ofrecía a su Hijo para que lo amara e hiciera que los demás lo amaran también.
Tras esa visión ya no pudo pensar en otra cosa sino en consagrar su vida a Dios. En el año 1113 fue admitido en un convento de monjes benedictinos y cuando volvió a su casa para contar la noticia a su familia, todos se opusieron, sus amigos tampoco estaban de acuerdo en que “desperdiciara” así la gran personalidad que tenía. Pero Bernardo les habló tan maravillosamente de lo que significa entregar su vida por Cristo, que se llevó al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y 31 compañeros.
Dicen que cuando llamaron a Nivardo, su hermano menor, para anunciarle que se iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo y a mí me dejan aquí en la tierra? ¡Esto no lo puedo aceptar!" Y un tiempo después, también él se fue de religioso. Hoy es Beato.
Poco después de su ingreso en el convento, murió su madre, por lo que su padre entró también al monasterio, lo mismo que su hermana y su cuñado. Su fama se extendió pronto y las muchachas tenían terror de que Bernardo cruzara alguna palabra con los novios, porque las dejarían para seguirlo hasta el convento.
Un gesto especial ante el nombre de Jesús
Tras un tiempo de gran división y conflicto en la Iglesia, fue proclamado Papa Teobaldo Visconti, archidiácono de Lieja, que no era Cardenal y ni siquiera Sacerdote. Después de recibir el orden sacerdotal y ser consagrado como Sumo Pontífice bajo el nombre de Gregorio X, su profunda devoción a Jesús le ayudó sin duda en su pontificado, pues solucionó los graves problemas que requerían su atención: la restauración de la paz entre las naciones cristianas y sus príncipes, la solución de los asuntos del imperio alemán, la corrección del modo de vida del clero y del pueblo, la unión de la iglesia Griega con Roma y la liberación de Jerusalén y la Tierra Santa.
Se le reconoce también el gran mérito de resolver el grave y persistente peligro de decadencia eclesiástica. Visconti se había formado en París con los dominicos, era un hombre de grandes virtudes y espíritu eclesiástico y probablemente debe su devoción por el santo nombre de Jesús, a Santo Domingo, ya que se dice que siempre estaba en sus labios este santo nombre.
El 20 de septiembre de 1274, dos años antes de morir, el Papa Gregorio X emitió una bula en la que encargó oficialmente la promoción de la alabanza y veneración del Santísimo Nombre de Jesús a los dominicos.
Pocos años después, el Sacerdote dominico, ahora Beato, Enrique Seuze, fue otro gran devoto del nombre de Jesús y le escribió a una monja esta recomendación que puede hacer un gran provecho a las almas en estos tiempos.
“Elige a tu amado, sólo en Él, y en ningún otro lugar, encontrarás la verdadera paz, la verdad y el amor sin sufrimiento. Pónle ante tus ojos como un espejo y muéstrale tu agradecimiento por el amable amor y la bondad que te ha mostrado, y que ello te baste. Piensa en la ternura con la que te ha rodeado de cuidados, alégrate y deja de lado cualquier otro amor” (Bto. Enrique Susón, Gran libro de las cartas, 27).
Ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble
Según la Tradición, “para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Fil 2, 10), se estableció un gesto para venerar su santo nombre inclinando la cabeza, que es como inclinar las rodillas del corazón.
«Cuando recuerdes este nombre, Jesús, limpia tu boca, a fin de que recuerdes con claridad y pureza que aquél que lo recuerda convendría que fuese de tanta pureza que en él no existiera ninguna mancha de pecado por la perfección que se expresa en ese Nombre. Y quien lo recuerda convendría que lo recordase con tanta reverencia que llegara a sentir esa dulzura que él posee en sí, que si uno lo recordase considerando esto, él se transmutaría en contemplación».
Lo anterior fue dicho en una prédica por San Bernardino de Siena, otro enamorado del Nombre de Jesús, que inventó un Trigrama para expandir la devoción.
El mismo santo interpretó el emblema que cuenta con un sol radiante que es una clara alusión a Cristo, que da su vida como hace el sol, y sugiere la idea de la irradiación de la caridad, pues el calor del astro rey se difunde por los rayos, que representan los apóstoles y cada una de las letanías:
Jesús:
Refugio de los penitentes
Estandarte de los combatientes
Remedio de los enfermos
Consuelo de los que sufren
Honor de los creyentes
Alegría de los predicadores
Mérito de los que trabajan
Auxilio de los desfallecidos
Suspiro de los que meditan
Sufragio de los que oran
Gusto de los contemplativos
Gloria de los que triunfan
Además figuran ocho rayos que representan las bienaventuranzas; el aro que circunda el sol recuerda la felicidad sin fin de los bienaventurados; el celeste del fondo alude a la fe y el oro al amor. Sobre el sol se colocan las tres letras iniciales de Jesús en letras mayúsculas griegas.
Este estandarte acompañaba a San Bernardino en su recorrido por diferentes ciudades y hacía que los fieles lo besaran tras sus sermones, lo que motivó que fuera acusado de idolatría ante el Papa Martín V Colonna; acusación de la que fue defendido por San Juan de Capistrano.
“Ese trigrama inscrito en el sol no podía significar mejor la concepción bernardiniana de Dios y de la vida, ni responder mejor al deseo de belleza y de alegría propio del siglo XV. Cristo es el centro del universo, es calor, luz, fecundidad, salvación, felicidad no sólo de todo hombre, sino de toda criatura animada o inanimada; es rey de los siglos.
Cristo es verdad, sabiduría, belleza y amor, sobre todo amor que se da irresistiblemente. El que resiste a su acción se encierra en las tinieblas”. escribió sobre el santo Agustín Gemelli, o.f.m.
Otra dominica, aunque laica, siguió esta hermosa devoción. Se trata de Santa Catalina de Siena, quien transmitió su amor por Jesús en una carta dirigida a Bartolomea:
No tendrás otro deseo que el de seguir a Jesús! Como embriagada por el Amor, no te darás ya cuenta de si te encuentras sola o en compañía: ¡No te preocupes por nada, sólo de encontrar a Jesús y caminar tras Él!
¡Corre,Bartolomea, y no te duermas nunca más, porque el tiempo corre y no espera ni un momento! Permanece en el dulce amor de Dios. Jesús dulce, Jesús amor.
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