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Las dos Clases de Tinieblas en que Nacemos

Actualizado: 21 oct 2024

El mundo moderno, al negar la Verdad no niega toda verdad, sino únicamente la que libera al hombre del pecado y la ignorancia en la que hemos nacido.



Por Anuar López


La oración de santo Tomás de Aquino para antes de iniciar el estudio nos ayuda a delimitar y así comprender el problema antropológico de la modernidad:


“…apartando de mí las dos clases de tinieblas en que he nacido: el pecado y la ignorancia.”

El hombre viene al mundo envuelto en estas tinieblas: el pecado y la ignorancia. Eso es evidente.


Nacemos en ausencia de virtud, siendo ésta un hábito bueno. “El hábito es un accidente que dispone de un modo estable a su sujeto, bien o mal según su naturaleza”[1]. El hábito, pues, al ser un modo de ser, necesita manifestarse en la práctica de una voluntad libre. Libertad en la que no nacemos, debido a la incapacidad de cobrar conciencia de nosotros mismos y de nuestro entorno.[2] Por lo que la herida del pecado original, aún sanada por el bautismo[3], muestra como cicatriz la ausencia de buenas obras. 


El pecado es superado mediante la virtud, toda vez que aquel implica la ausencia de ésta, que al presentársela le hemos trabado combate; la ignorancia, en cambio, se combate mediante el conocimiento de la verdad, no así del error, que sería ausencia de verdad en cualquier afirmación falsa.


Nacemos ignorantes porque no poseemos la verdad, que según el mismo Santo Tomás consiste en la adecuación entre la inteligencia y el objeto (Veritas est adaequatio intellectus et rei).[4]


El pensamiento tradicional, basado en el realismo moderado, sostenía que existía una realidad fuera de nuestra inteligencia, y que ésta era capaz de estudiarla y comprenderla (saberla). De leer adentro de las cosas (intus legere) captando la esencia de ellas. Lo que ellas son.


Para el mundo moderno, basado en el Racionalismo, Idealismo, desembocando en el Nihilismo (nihil: nada), el hombre a veces es su pensamiento o su conciencia; otras, su idea; y unas más, es nada. Sí ¡Nada!


Esta forma de “pensar” no puede hacer ciencia, entendida como el conocimiento de las cosas por sus causas, sino que únicamente elabora ideologías que consisten, al contrario de la sentencia tomista, en la adecuación de los objetos a la inteligencia individual, por precaria y envilecida que ella se encuentre. No se eleva más hacia el conocimiento, sino que lo degrada y deforma para adecuarlo a sus apetitos.


Por eso el hombre moderno se puede “deconstruir”; puede “desaprender”; puede “fluir” … y, devenir. No es algo, sino que llegará a serlo. Ahora no, quizás mañana. “La mujer no nace, sino que llega ser”, plagio hecho por Simone de Beauvoir[5] a su pareja sentimental Jean Paul-Sarte[6], cuando afirmaba, este último, que la “existencia precedía a la esencia”; que a su vez lo recogiera de la lectura de Heidegger[7], en lo que señalaba que el hombre “era posibilidad en el tiempo”. Pero ¿Posibilidad de qué? De llegar a ser, antes de morir -posibilidad de todas las posibilidades- antes de que se acabara su tiempo, en el que estará “siendo sido”. “Renovando” en sus ideas el “Panta rei” que Heráclito “el oscuro” sostuviera cinco siglos antes de Cristo. Nada es y todo fluye. ¿Pensamiento moderno? 


Así el hombre moderno, encerrado en su propio laberinto, no puede -ni debería si fuese congruente con su principio “intelectual”- afirmar o negar nada.


Así diría: ¡La verdad no existe!


Preguntándole: ¿Es verdad eso que la verdad no existe?


Contestando honestamente: ¡No puede ser verdad! ¡Porque la verdad no existe!


Y al no existir la verdad en el mundo, no podríamos decir siquiera que el mundo existe; ni el bien, ni el mal; ni la justicia, ni la injusticia; ni la paz, ni la guerra; ni el respeto, ni la violencia; ni la libertad de decidir, ni la libertad de mi cuerpo, o cuerpa, total, no existe.


El mundo moderno, al negar la Verdad no niega toda verdad, sino únicamente la que libera al hombre del pecado y la ignorancia en la que hemos nacido. Negando que el pecado y la ignorancia existan. No niega la afirmación de principios morales, aunque quisiera, ya que al decir que algunos de ellos son anticuados dice implícitamente que es malo ser anticuado y por resultado lógico es bueno ser moderno. Es decir, afirma algo que es bueno y algo que es malo, a lo que se le llama “principio moral”. Y no sólo lo afirma, sino que lo impone mediante el poder político: “está prohibido prohibir”; “Nadie puede decidir sobre mi cuerpo”, “aunque yo puedo decidir sobre cómo gastar tus impuestos en mis interrupciones oportunas de embarazo o en la hominización de los niñxs[8]”.  Niega el principio de no contradicción que sostiene que nada puede ser eso que es y su contrario al mismo tiempo… pero en realidad, esto sólo es negado desde el discurso, porque, mientras se proclama oprimido, oprime a la verdad en todas sus manifestaciones y más en aquellas más radicales, más fundamentales, más sagradas.


Aquellas que le permiten al hombre mejorar sabiendo que, aunque está herido por el pecado, aún así puede ser salvo, ya que su salvación no depende de su perfección de origen, sino de su adhesión a la Verdad -porque requiere ser salvado del pecado y la ignorancia-. Aquellas que le dicen que su vida por sí misma es valiosa, por la imagen y semejanza que de Dios hay en ella, aunque se encuentre en estado embrionario y no haya sido deseado. Su dignidad no se desprende del deseo de sus padres, sino de su propia naturaleza humana y tampoco de una levantada de mano de un puñado de cobardes, ignorantes, alevosos, oportunistas y vividores de un pueblo desmoralizado que reniega de su origen y de sus verdaderas tradiciones y que confunde la saciedad con la felicidad; o por determinación de unos togados gordinflones, ya sean electos desde las sombras de un partido hegemónico o de una oligarquía familiar dominante.


Hemos nacido en el pecado y en la ignorancia y solamente la virtud y la Verdad nos pueden sacar de esas dos tinieblas. La modernidad nos ofrece llenar de luces neón las tinieblas, o pintarlas de arcoíris para ocultar lo mórbido y lo grotesco que se esconde en ellas. Parece creer que un cadáver perfumado deja de apestar; a veces, estúpidamente, parece creer que con perfume lo revive.


El mundo moderno grita: ¡Quiero ser libre!


Le preguntan: ¿De qué?


Responde: ¡De todo!


Vuelven a preguntarle: y ¿Qué es todo?


Respondería si fuera congruente: ¡Todo es nada!


Chesterton decía que había personas con la mente tan abierta que parecía que justo por esa apertura se les había caído el cerebro. Ya no siente más aspiración por la verdad y en consecuencia por la virtud, por la vida, la belleza y el esfuerzo del artista sacrificado y entregado a su obra: moral o estética.


La vida, en la mente del subjetivista, ha perdido su misterio, su magia y así su valor. Hoy la vida se arrebata fácil y cobardemente. El honor y el verdadero respeto causan carcajadas. El filósofo chileno Juan Antonio Widow sostiene que hay una edad en la que uno se puede dar el lujo de ser estúpido, refiriéndose a la primera juventud. El día de hoy, no sólo los jóvenes, sino que muchos viejos suelen darse ese lujo. El lujo de renunciar a la Verdad y el de confundir la virtud con una momia del pasado.


Cristo dijo que la Verdad nos haría libres; un expresidente español, dándose el lujo de la juventud que ya no tiene, aseguró que la libertad nos haría verdaderos. Así de joven está este envejecido mundo egoísta.


Y ¿Qué es la verdad? Preguntó Pilatos, el escéptico, para agradarle al César y conservar su puesto aún mediante la injusticia. Cristo no guardó silencio, sino que antes había dicho “Todo aquel que es de la Verdad escucha mi voz” … y Cristo no guardó silencio; fue Pilatos quien no escuchó la respuesta:


“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino es por Mí… todo aquel que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.”


¡Sólo la Verdad libera!

 

 


[1] VERNEAUX, Roger. Filosofía del hombre, editorial Herder. Sexta edición, 1979, Barcelona, España, página 210.

[2] Según Jean Piaget, en su obra “La construcción del mundo en el niño”, la etapa que denomina “preoperacional” en los niños se desarrolla entre los 2 y los 7 años y en ella es cuando inicia la conciencia de la propia identidad.

[3] Que como opinión debería ser considerada análogamente una obra de misericordia espiritual y corporal: “bautizar al que no puede y no sabe”, al niño recién nacido.

[4] DE AQUINO, Santo Tomás, Suma teológica, primera parte, cuestión 16, artículo1.

[5] DE BEAUVOIR, Simone. El segundo sexo.

[6] SARTRE, Jean-Paul. El ser y la nada.

[7] HEIDEGGER, Martin. Ser y tiempo.

[8] Ser pequeño que no es ni una cosa ni otra, sino todo lo contrario. Editorial SARCASMO.  


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