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La Misa, Momento Para la Exaltación de Cristo

Actualizado: 26 jun

El santo sacrificio de la Santa Misa no es la ocasión para innovar, bailar o hacer payasadas; sino que ha de celebrarse dignamente para que dé gloria a Dios, santifique a las almas y ahuyente al demonio.


Por P. Jorge Hidalgo


La Misa es la renovación del sacrificio de Cristo de modo incruento, es decir sin el dolor de su sacrificio el Viernes Santo, que fue cruento, con derramamiento de sangre, sin lo cual la Santa Misa no sería eficaz. En efecto, si no hubiese Viernes Santo, si no hubiese muerte de Cristo y no hubiese resurrección, no podríamos celebrar la Misa ni tendríamos ninguno de los sacramentos.


El Viernes Santo fue el día de la exaltación de Cristo porque fue el día de la gloria de Dios, el día de la santificación de las almas y de la salvación del género humano; y fue además el día en donde el demonio quedó humillado para siempre porque Cristo nos redimió con su Sangre. Estas tres cosas que ocurrieron en el Viernes Santo son las mismas que ocurren en cada Santa Misa.


Ante todo, la Misa es para gloria de Dios. De hecho, al final de la plegaria eucarística, el Sacerdote toma el pan y el vino consagrados, lo levanta y dice: «Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.» Es decir que Dios ya tiene toda la gloria porque dentro de la Santísima Trinidad, el Padre adora al Hijo y al Espíritu Santo, el Hijo adora al Espíritu Santo y al Padre, y el Espíritu Santo adora al Padre y al Hijo. Esto es lo que se llama la gloria intrínseca de Dios, que es infinita porque cada una de las personas divinas es infinita.


Pero además, porque el Verbo se hizo carne y porque sus acciones son teándricas, es decir, son de Dios-Hombre. También nosotros que estamos fuera de Dios -porque no somos Dios sino criaturas de Dios- podemos darle a Dios un culto infinito. ¿Y por qué infinito si nosotros somos limitados? Por Jesucristo, porque Él es Hombre y podía merecer y podía sufrir, pero por ser Dios sus acciones eran divinas, entonces cada una de las acciones de Cristo valía infinito, valía la eternidad, por eso es que nosotros en la Santa Misa le ofrecemos a Cristo al Padre como Cristo se ofreció a sí mismo en la Cruz para gloria de Dios.


Por todas las novedades que se quieren introducir en la Santa Misa, hago hincapié en que si la Misa es ante todo para la gloria de Dios; no es para bailar, no es para tomar café, no es para platicar o contestar llamadas, todo eso se puede hacer en otro lugar.


Tampoco es para recibir catequesis, por más que no entiendas la Misa, el catecismo se recibe en otro lugar; además la Misa no es para ser entendida porque en realidad si uno quiere entender, no lo entiende, como decía Sara Agustín: «Si comprehendis, non est Deus», (“si entiendes, no es Dios”), porque es como querer meter la infinitud de Dios dentro de un vasito de plástico como es mi cabeza.


En segundo lugar, como la Cruz, la Santa Misa sirve para santificar las almas, para eso Cristo murió, para llevarse “cautiva la cautividad”, como dice la Carta de los Efesios; es decir que nuestro Señor lo que quiso hacer es llevar a los hombres consigo y hacerlos santos, participarles su vida divina; y no hay ninguna participación más santa para nosotros, además del bautismo que también es muy santo, que recibir el sacramento más santo de todos: la Santa Comunión.


“El alma se llena de gracia”, decía Santo Tomás sobre la participación en la Misa. Una sola Misa bien vivida nos abreviaría el purgatorio; una sola Comunión recibida con devoción pagaría un montón de deudas temporales en el purgatorio; nos aumentaría la gracia, nos haría crecer en virtud y haría que nosotros amemos más a Dios.


Los Santos comprendieron la importancia de la Santa Misa y hubo algunos que incluso murieron por asistir a ella, como fue el caso ocurrido en el siglo III con los mártires de Abitinia, en África, que prefirieron morir antes que faltar a una sola Misa en domingo, «Sine dominico non possumus», decían, “sin el domingo no podemos vivir”. De igual manera ha habido muchísimos santos que tienen una especial devoción a la Santa Misa porque saben que Jesucristo está ahí presente y que es preferible cualquier martirio antes de quedarse privado de Dios.


Por último, la Santa Misa es la humillación del demonio que fue vencido en la Cruz y quedó derrotado para siempre; y como la Misa es el mismo sacrificio de la Cruz, necesariamente el demonio pierde cada vez que se celebra la Misa y podemos decir entonces que la Santa Misa es un gran exorcismo, porque el demonio queda ahuyentado.


San Roque González, aquel gran misionero de lo que eran las Provincias Unidas del Río de la Plata en el actual Paraguay, recibió el testimonio de los indios de que los demonios se aparecían y los atormentaban y que eso dejó de ocurrir cuando se empezó a celebrar la Misa en la zona, en ese momento los demonios huyeron.


Por eso el demonio quiere que nosotros, los Sacerdotes, no celebremos bien la Misa, trata de mezclar la santidad de la Misa con cualquier otra cosa, e incluso en la época del anticristo va a intentar abolir el sacrificio perpetuo, como dice el profeta Daniel. Quiere que hagamos payasadas o cosas ridículas, mundanas, que no corresponden a la liturgia y nosotros tenemos que conservar los ritos tal como son para que de esa manera le demos a Dios el culto que Él se merece; así que los ornamentos, los cantos, el latín, los manteles bien puestos, las flores, etc., todo eso se ordena justamente para darle a Dios el honor que nosotros podemos, el honor que se merece; aunque por supuesto que lo que le ofrezcamos siempre va a ser poco.


Pidamos al Señor la gracia de que los Sacerdotes siempre conservemos las cosas que son propias de la Santa Misa con la mayor dignidad posible; que recordemos que el demonio queda humillado y queda perdiendo frente a la dignidad de la Misa. Hay que pedir a Dios la gracia de perseverar dándole el culto que se merece, de no abandonarlo en los sagrarios y de asistir a la Santa Misa incluso entre semana para que Él santifique nuestra alma y para que el demonio quede ahuyentado también de nuestra familia y de nuestra sociedad.


La Santísima Virgen María le dio a Dios el culto que Él se merecía, siempre fue dócil al Espíritu Santo, dice la Tradición que recibía cada día la comunión de manos de San Juan; que Ella nos conceda amar cada día más a Dios, crecer en nuestra devoción y reverencia eucarística, porque así como honremos a Cristo en la Tierra, Él nos pondrá en el altar del Cielo según el amor que hayamos tenido en este mundo.


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