La Escritura a la luz de la Tradición
- P. Jorge Hidalgo
- 15 ago 2024
- 5 Min. de lectura
La Tradición precede a la Escritura, sin la primera no existe la segunda, ambas son fuentes de la Revelación Divina.

P. Jorge Hidalgo
Siempre recuerdo aquella sentencia de San Cesáreo de Arles (siglo VI): “En verdad les digo, mucho me temo que los tratados de los santos Padres y los innumerables volúmenes compuestos por ellos con gran esfuerzo, y dispuestos para ser dispensados a todos los obispos, sean presentados ante el tribunal del eterno Juez en (calidad de) testimonio contra nosotros. Pues si no podemos reunir por nuestro propio trabajo esos frutos espirituales, es justo que al menos distribuyamos, con un celo santo y una caridad muy ferviente, lo que por otros ha sido reunido.”
Esta sentencia es para todo católico que, a diferencia de los protestantes, debe formarse no solo en las Sagradas Escrituras, sino también en la Tradición y el Magisterio.
Y nótese que he escrito las palabras “debe” formarse, porque es un anhelo de Dios: Está inscrito en el libro de los profetas, todos serán instruidos por Dios (Jn 6, 45).
Dice el evangelio de San Juan que la Palabra es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Todos necesitamos esa luz que viene de Dios y que nos ilumina de dos maneras, ya sea en una revelación natural o sobrenatural.
La primera forma en que Dios instruye al hombre es la llamada iluminación o revelación natural, que llega a través de la recta razón que Dios nos dio para que podamos ver la verdad.
Como lo expliqué en el artículo anterior, el hombre es un ser religioso, por lo que tiene la inteligencia y la voluntad para buscar la verdad y el bien. En definitiva, la verdad y el bien de este mundo son una participación de quien es la Verdad y el Bien. Es decir que finalmente el hombre está buscando a Dios mismo.
Con la revelación natural el hombre puede descubrir naturalmente que Dios existe, que es Creador; descubre la relación que debe tener con Él y también que está hecho para un fin último para el cual debe ordenarse.
Si bien todo esto lo puede descubrir el hombre naturalmente, como dice Santo Tomás, pocos conocerían la Verdad, lo harían después de mucho tiempo y además con muchos errores, porque nuestra inteligencia está muy apegada a las cosas de este mundo.Por nuestra debilidad nos desviamos fácilmente con las pasiones, con los apegos a las cosas de la tierra. Por lo que es evidentemente difícil llegar a la Verdad con nuestra pobre comprensión humana.
Pero como Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, (1 Tim 2, 4) además de la revelación natural por medio de la recta razón, nos dio otra forma de conocer la Verdad, y es a través de la revelación sobrenatural que no va contra la razón, sino que está sobre ella.
No somos “religión de libro”, los católicos también tenemos la Tradición y el Magisterio
Dios ha querido dejar al hombre su Palabra y lo ha hecho a través de la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. Todo católico, a diferencia de los protestantes, debe buscar comprender la revelación sobrenatural en estas tres fuentes. No somos una “religión de libro”; sino que, mejor aún, sabemos que hay algo que ha precedido a la Escritura y algo que le sigue. Dicho de otra manera, hay algo que “abre la Biblia” y nos hace entender la Palabra de Dios.
La enseñanza de la Palabra de Dios de modo oral, es decir la Tradición, nos da a entender la Sagrada Escritura para no caer en equivocaciones o imprecisiones. Un ejemplo entre tantos es como ocurre cuando se habla en el texto sagrado de los “hermanos de Jesús”.
La Tradición surge de la predicación de los Apóstoles, de su enseñanza, que fue inspirada por Dios. Pongamos el ejemplo de San Pablo, en sus viajes de ciudad en ciudad, iba dando sus catequesis. Después de sus predicaciones, fue que surgió la Sagrada Escritura. Posteriormente siguió enseñando de modo oral. Por lo que se puede decir que la Sagrada Escritura es el corazón de la Tradición.
No es posible ignorar a los Padres de la Iglesia, por ejemplo a San Agustín, que es el más conocido pero no es el único. No podemos ignorar toda la enseñanza católica que hay desde hace dos mil años, que ha sido sintetizada de modo admirable por Santo Tomás. No podemos ignorar los tesoros de la vida espiritual que encontramos en San Juan de la Cruz o Santa Teresa, por mencionar algunos, pero hay muchos más que podría citar.
Finalmente, existe otro pilar de la revelación sobrenatural, que es el Magisterio, es decir, la enseñanza de los Papas. Es el Romano Pontífice quien tiene la autoridad de distinguir entre lo que está revelado por Dios y por lo tanto debe conservarse, y lo que no. El Papa, sin embargo, no tiene la autoridad para crear una verdad nueva, por ejemplo, una cuarta virtud teologal o un octavo sacramento.
“Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”
Ésta es una cita de San Jerónimo que exige de nuestra parte conocer la Palabra de Dios. ¿Cómo vamos a conocer qué quiere Dios si no leemos sus misterios?, ¿cómo vamos a profundizar y tener los mismos sentimientos que el corazón de Cristo si no leemos las Sagradas Escrituras? Debemos leer la Biblia, debe ser el libro al que más se recurra en nuestras casas.
Para quien nunca lo ha hecho, es recomendable empezar por los Evangelios, luego leer los Hechos de los Apóstoles, las cartas, todo el Nuevo Testamento y luego ir al Antiguo Testamento. Además, necesitamos conocer y rezar con la Biblia, porque es de nosotros los católicos y no de los protestantes. Dios se la reveló a los apóstoles y ellos se la pasaron a sus sucesores. Por eso san Agustín incluso llegó a decir: “No creería en el Evangelio si no me moviera a ello la autoridad de la Iglesia Católica”.
No hay razón para recurrir a meditaciones budistas o cualquier otra pseudo experiencia mística de la Nueva Era: los católicos debemos rezar con la Biblia.
Pidamos a Dios que seamos dóciles para dejarnos instruir por Él, que a través de la revelación sobrenatural podamos llegar al conocimiento de la Verdad. Que la Santísima Virgen, que meditaba siempre las palabras de Dios, nos enseñe siempre a gustar de Su Palabra, nos enseñe a contemplar a su Hijo y a ordenarnos en todo lo que conocemos, para que cada vez busquemos a Dios con mayor ahínco y tesón para así llegar a verlo cara a cara en el Cielo.
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