Juicios Prohibidos, Juicios Permitidos
- P. Jorge Hidalgo
- 6 mar
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Actualizado: 10 mar
La mayoría de las personas piensan que juzgar en general está mal, está prohibidísimo y es un pecado capital, pero en realidad el hombre siempre juzga y de hecho, debe hacerlo.

Por P. Jorge Hidalgo
La vida del hombre sobre la tierra es de un constante hacer juicios, ésta es la principal operación de la inteligencia. Uno vive haciendo juicios y contrario a lo que se piensa, es correcto juzgar, siempre que nuestros juicios tengan un fundamento. De hecho, tres son las operaciones de la mente: el concepto, el juicio y el razonamiento. Unir dos conceptos es ya realizar un juicio. Y la conclusión de un razonamiento es siempre un juicio. Por ende, el juicio es connatural al ser humano. Lo que quiere decir el Evangelio es que Dios nos prohíbe hacer solo un tipo de juicios: los que sólo a Él corresponde realizar.
Para un católico los juicios deben estar fundamentados en los diez Mandamientos de la Ley de Dios que especifican lo que una persona no debe hacer porque, de lo contrario, ofendería a Dios. Obligan siempre y por siempre, como lo dice Juan Pablo II en la encíclica Veritatis Splendor. Si se hace lo contrario, siempre estará mal, lo haga quien lo haga: desde el presidente de cualquier país hasta el ciudadano más pobre del lugar.
Es posible hacer juicios prudenciales, por ejemplo, cuando se decide no volver a prestarle dinero a alguien que ya me quedó a deber antes; o transitar por una calle de noche si es un lugar que se conoce por su inseguridad. En la cotidianidad, se juzga por el clima si conviene ir o no a algún lugar; se juzga por ejemplo, la apariencia de un establecimiento, para decidir si me quedo a comer ahí o no. Las personas juzgan el comportamiento, el vocabulario o el tipo de vestir de alguna persona, para decidir si le conviene o no su amistad. Este tipo de juicios, y muchos otros que se hacen día con día, no están prohibidos, sino que son una parte necesaria para la toma de decisiones sobre el camino a seguir.
Hay algunas personas que por su autoridad, tienen incluso la obligación de juzgar un poco más allá. Los padres de familia, por ejemplo, tienen que decirle a sus hijos si algo está bien o está mal; emiten también un juicio cuando dicen a sus hijos si un chico es bueno o no para que sea su amigo; juzgan si es conveniente dejar ir o no a su hijo a algún lado, según la hora que le está pidiendo, el lugar a dónde quiere ir o la compañía con que irá.
En otro ejemplo, en una empresa hay una persona que decide a quién contratar y a quién no, y lo hace formulándose un juicio sobre las personas que entrevista y juzgando por qué puede ser mejor una persona sobre otras. Dicha decisión debe estar tomada por criterios objetivos, no por simples favoritismos.
Dice Aristóteles que a veces uno juzga por la experiencia de la vida, más aún cuando ha tratado a muchas personas o tiene la experiencia de algún tipo de gobierno, lo que le ha brindado la oportunidad de practicar el juicio por intuición, aunque el juicio siempre es algo delicado, por eso hay que estar alerta para no caer en el juicio de lo que no está revelado a nosotros: la intención del corazón.
El juicio que solo corresponde a Dios
¿Cuáles son los juicios que Nuestro Señor Jesucristo nos pide que no hagamos? Lo único que no se debe juzgar es la intención del corazón porque el juicio tiene que ser hecho según la caridad, según la recta razón y además, tiene que ser hecho exclusivamente por la persona a la que le corresponda hacerlo, porque si a mí no me corresponde hacer un juicio, y lo hago, entonces sería un juicio inconveniente.
El juicio es, además, temerario, cuando una persona puede concluir rápidamente un juicio erróneo sobre otra persona, por ejemplo cuando un compañero de trabajo comete un error que afectará tus resultados. Un juicio temerario sería que asegures que lo hizo a propósito, para hacerte daño, cuando en realidad fue un error involuntario. En este caso se está juzgando la intención rápida y erróneamente, y es el juicio que rechaza el Señor.
Santo Tomás, cuando habla de la necesidad de que uno juzgue bien, dice que el problema está cuando uno empieza a hacer conjeturas fácilmente, porque a veces éstas parten de la maldad de nuestro corazón y se utiliza incluso el dicho “piensa mal y acertarás”, que es contrario al pensamiento católico, que nunca debiera pensar mal.
Otro de los motivos por los que no es bueno hacer conjeturas, es porque puede que sean consecuencias de inclinaciones torcidas de nuestro corazón, como cuando dichas decisiones son movidas por la ira, por el rencor, por el odio, o por la envidia; y se concluyen con facilidad ideas erróneas.
En este caso de los juicios erróneos puede ocurrir que no lo compartamos con nadie, sino que lo guardemos en nuestro interior; sin embargo eso tarde o temprano tiende a manifestarse con un comentario, un gesto, una forma de proceder. Al respecto, Santo Tomás dice que el acto interior tiende al acto exterior, por eso es importante dominar nuestros pensamientos.
Será Dios quien juzgue las intenciones del corazón, debemos dejarle a Él que saque a la luz las intenciones ocultas de los corazones de los hombres. Nosotros debemos preocuparnos por profundizar en nuestro examen de conciencia para advertir las intenciones de nuestro propio corazón y clarificar si nuestros juicios están motivados por los sentimientos que tengo hacia la persona que estoy juzgando. Porque, por ejemplo, la envidia puede ser causa de que yo juzgue mal y entonces lo que hay que combatir ahí, el pecado de raíz, es la envidia y en dicho caso, es necesario trabajar en la purificación de nuestro corazón.
In dubio pro reo
Estamos llamados a juzgar según la recta razón, juzgar con caridad y excusar al prójimo cuando no tenemos los motivos reales de su modo de conducirse. Ante la duda, dice el derecho romano: In dubio pro reo, es decir, en la duda, a favor del reo. Al respecto, dice Santo Tomás que es mejor errar que pecar, lo que quiere decir que al excusar al prójimo puedo equivocarme, posiblemente mi prójimo realmente tenía una mala intención, pero ante los ojos de Dios mi error será mucho mejor que condenar rápidamente a cualquier persona.
Pidamos al Señor que ante todo, podamos purificar nuestros pensamientos y nuestros juicios, porque -ya lo dice el texto sagrado- de la abundancia del corazón habla la boca.
Que Nuestra Señora nos conceda la gracia de rezar por las personas que se equivocan y de excusarlas antes de realizar un juicio sobre su intención; que nos conceda siempre proceder según la caridad de Nuestro Señor Jesucristo, quien tuvo siempre la intención de excusar incluso a los malos y a los desagradecidos, a pesar de que el Señor sí conocía las intenciones ocultas del corazón de los hombres.
Que nuestro proceder sea caritativo porque el Señor dice que quien practique la misericordia, la va a alcanzar en el día del juicio. De esta manera tendremos nosotros el premio que esperamos gozar todos juntos en el Cielo, cuando el Señor le dé a cada uno según sus obras.
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