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En Defensa de la Trinidad

Actualizado: 25 jun

Un católico debe estar dispuesto al destierro, el martirio o la muerte, antes de sucumbir a novedades o herejías que atenten contra la divinidad de Dios o cualquier otro dogma de fe.



Por P. Jorge Hidalgo


La Santísima Trinidad es el misterio más elevado de Dios, pero nos lo quiso revelar porque nos quiere hacer parte de su intimidad, nos quiere compartir su secreto más profundo, porque este misterio forma parte de la identidad católica y por eso debemos conservarlo y defenderlo siempre.


Este misterio fue definido especialmente en los dos primeros concilios ecuménicos de la Iglesia, que por ello se conocen como concilios trinitarios. Se trata del concilio de Nicea, que este año cumple 1700 años que se llevó a cabo, y el concilio de Constantinopla I, que se llevó a cabo en el año 381.


Los concilios definieron esta verdad de la fe católica para tener una fe ortodoxa y precisa en contra de un montón de heresiarcas que proferían cosas contrarias a la fe católica justamente durante la última etapa de las persecuciones, cuando el Imperio Romano se hacía católico, durante el inicio de la paz cristiana.


Herejías


Aunque sea de manera muy breve, repasaré las herejías difundidas sobre las verdades tan importantes para nosotros. En el siglo III existieron unos herejes llamados modalistas, que decían que Dios era el mismo. Dios siempre es uno, por supuesto, una esencia, una sustancia, un poder, una única divinidad; pero esta herejía decía que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran el mismo Dios que iba cambiando de rostro. Para entender esta postura está el ejemplo del teatro griego, en donde una sola persona representaba distinto personaje solo cambiando la máscara sobre el rostro. Con ese ejemplo como base, los modalistas se referían a Dios como prósōpon, término griego que se refiere a la máscara o el rostro.


Estos herejes decían que Dios iba cambiando el rostro y primero se mostraba como Padre, después se mostraba como Hijo y después se mostraba como Espíritu Santo, pero era una sola persona con distinta máscara. Por supuesto que la Iglesia salió a combatir este error porque la Sagrada Escritura es muy clara al afirmar que hay tres personas distintas.


Después del Edicto de Milán, en el año 313, cuando se dejó de perseguir a los católicos y hubo una gran conversión de muchas personas que quisieron aceptar la fe en Cristo, un sacerdote de la diócesis de Alejandría, llamado Arrio, difundió una nueva herejía que decía que el Verbo era la primera criatura creada y que por lo tanto no era Dios; por lo tanto, el arrianismo negaba la divinidad de la segunda persona de la Santísima Trinidad. Este error se expandió rápidamente en el siglo IV. San Jerónimo decía: “Nos acostamos católicos y nos despertamos arrianos”, porque de un día para otro la herejía infectó todo el cristianismo que recién se estaba expandiendo en el mundo antiguo.


Para contrarrestar este gravísimo error se realizó el Concilio de Nicea, de donde surgió el Credo largo en el que profesamos que el Hijo de Dios es Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial al Padre. Esta palabra, “consustancial”, es una clave muy importante para hablar de la naturaleza del Hijo, ya que en griego homoousios, quiere decir que comparte la misma sustancia, en este caso el Padre con el Hijo y no “de la misma naturaleza”, como se tradujo oficialmente. El problema ocurre porque los que traducen los misales no saben Filosofía, pero el Padre tiene la misma sustancia que el Hijo.


Con la declaración del Credo, el tema parecía suficientemente aclarado pero el problema no estaba resuelto porque los arrianos lograron llegar al emperador, que adoptó la herejía y empezó a perseguir a los católicos. A San Atanasio, el más conocido de la época, lo desterraron cinco veces y estuvo fuera de su Diócesis casi veinte años simplemente por defender la fe católica; pero se mantuvo firme en la verdad, nunca le importó quedar bien con el poder en turno.


Esta herejía hizo caer también hasta el mismo Papa Liberio que consintió con su deposición, fue una cosa terrible, pero importante de tener en cuenta para comprender que muchas veces los Papas también se equivocan.


Y por supuesto, después de haber negado la divinidad del Hijo de Dios, hubo otros que negaron la divinidad del Espíritu Santo. A los que difundían esta herejía se les llamó neumatómacos.


En el año 381 se convocó el segundo concilio universal de la Iglesia llamado Constantinopla I. En éste se ratificó lo establecido en el Credo de Nicea y se reafirmó la divinidad del Espíritu Santo, que es la última parte de la oración en la que decimos que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. En esta breve afirmación se está diciendo cinco veces distintas, de diferentes formas, que el Espíritu Santo es Dios, por lo que la fe católica quedó sumamente establecida y clara.


La verdad sostenida con sangre


La fórmula que se enseña en el catecismo, de que Dios es un solo Dios verdadero y tres personas distintas, costó muchísimo a la Iglesia naciente, costó sangre, costó persecución y destierro; gracias a eso sostenemos aquella fórmula feliz que encontró San Basilio y que hoy repetimos en el Catecismo: Mía ousía, treìs hypostáseos, se dice en griego; es decir: Tres personas distintas y un solo Dios verdadero.


En el norte de Europa, por ejemplo, los bárbaros se empezaron a convertir a la fe, pero los arrianos que habían llegado antes, imponían la herejía sobre la negación de que el Hijo de Dios es Dios verdadero, lo impusieron hasta con sangre y con persecución. Un caso es el de Leovigildo, uno de los grandes reyes visigodos que gobernó en España y que mandó matar a Hermenegildo, su propio hijo, porque sostenía que el Hijo de Dios era verdadero Dios, verdad que le mereció el martirio.


Pero como Dios escribe derecho en renglones torcidos y de la sangre de los mártires hace nuevos cristianos, una vez muerto Leovigildo, su otro hijo, Recaredo, heredó el trono, abjuró del arrianismo y se hizo católico. Bajo su mandato se celebró el tercer concilio de Toledo, tras el cual España se convirtió en una nación católica, lo que costó la sangre de San Hermenegildo.


Es muy importante para nosotros conservar nuestra fe, la fe de siempre, lo que la Iglesia siempre ha enseñado y que ha sido defendido hasta con sangre, hasta con la propia vida. Es muy importante mantenernos en esta verdad: La Santísima Trinidad son tres personas distintas y un Dios verdadero; y es por eso que el Dios de los católicos no es el mismo dios que el de los judíos y de los musulmanes, porque los judíos no creen que el Hijo de Dios es Dios, más aún, no creen que Jesús es el Mesías, por eso lo mataron; mientras que los musulmanes no creen en la Santísima Trinidad, por eso su dios no es el mismo que nuestro Dios.


Lo que debes creer para ser morada de Dios


Así, el misterio de la Santísima Trinidad debe ser para nosotros algo innegociable, algo en lo que no debemos ceder jamás y que no se cambia para adaptarse a cualquier novedad, como tampoco debe hacerse con ninguna otra verdad de fe; antes hemos de estar dispuestos, como los mártires y santos, a la muerte, al destierro a la confiscación de los bienes o lo que sea necesario antes de negar un dogma de fe.


De hecho, para comprender que este misterio de la Santísima Trinidad tiene mucho que ver con nuestra propia fe, basta revisar un credo antiguo atribuido a San Atanasio, en el que, refiriéndose a este misterio dice que cualquiera que quiere ser salvo, ante todo debe creer en esas verdades de fe.


Este misterio forma parte de nuestra vida como católicos. En la pila bautismal, el Sacerdote derramó agua sobre nuestra cabeza y dijo las siguientes palabras: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. De tal manera que, si alguien no creyera en la Santísima Trinidad, el bautismo sería inválido.


Para los testigos de Jehová y los mormones, por ejemplo, el bautismo de la Iglesia Católica no le sirve porque ellos no creen en la Santísima Trinidad. Si una persona que es testigo de Jehová tiene una conversión y se quiere hacer católico, debe ser bautizado en el seno de la única Iglesia verdadera, que es la Iglesia Católica.


Un católico debe hacer su profesión de fe afirmando que cree en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Recordar esta verdad nos enseña que estamos hechos para el Cielo, para la contemplación del misterio de Dios.


Además, este misterio también tiene mucho que ver con nuestra propia vida interior, porque Cristo prometió que: Si alguno me ama, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él, lo que quiere decir que la misma Santísima Trinidad habita en el corazón de los justos y que los santos más grandes de este mundo han tenido una relación especialísima y particular con cada una de las personas de la Santísima Trinidad.


¿Pero, quién nos devela el misterio de la Santísima Trinidad? Fue la Santísima Virgen María, quien tiene lo que se llama “misterio de afinidad con el Padre” porque si el Padre podía decir respecto de Jesucristo, “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”, como dice el Salmo 2; la Virgen Santísima también podía decirle a Jesucristo, “tú eres mi Hijo”, porque lo llevó en su vientre santísimo.


En segundo lugar, la Virgen Santísima es la Madre de Dios Hijo, justamente Ella le dio la naturaleza humana a la única persona de Cristo:  La naturaleza humana fue asumida por la segunda persona de la Santísima Trinidad de tal manera que en el Concilio de Éfeso la Iglesia declaró en el año 431 que María Santísima es Madre de Dios.


Finalmente, la Virgen Santísima es la Esposa del Espíritu Santo, de tal manera que no hubo criatura ni en el Cielo ni en la tierra más maleable que nuestra Señora, para que Dios hiciera en Ella su obra. Por ello es que la Virgen es quien nos revela que los santos más grandes de este mundo han tenido un trato personal con cada una de las tres divinas personas, porque solamente eso lo saben quienes viven en gracia de Dios y quienes han llegado a la vida mística, es decir, a un alto grado de unión con la Santísima Trinidad.


Pidámosle a Ella que nos enseñe a tener una relación cercana con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos enseñe a defender la fe pura, íntegra, ortodoxa que no puede ser mancillada ni oscurecida para quedar bien con ninguna religión o persona, sea quien fuere, porque el misterio de la Santísima Trinidad es lo propio que nos identifica como católicos, por eso así sea destierro, como San Atanasio; derramamiento de sangre, como San Hermenegildo, o a cualquier otra tribulación que Dios quiera que pasemos, pero seamos siempre católicos para llegar a ver el misterio de Dios en la gloria eterna.


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