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El Desprecio de las Glorias humanas

Actualizado: 1 ago 2024

Nuestro Señor Jesucristo, siendo Rey, despreció los honores del mundo porque su única misión es la gloria de Dios y la salvación de las almas. A ejemplo de Él, los cristianos deben huir de los honores vanos.



P. Jorge Hidalgo


Muchas preguntas surgen de aquel pasaje en el que Jesús huye de la muchedumbre porque querían hacerlo Rey (Jn 6, 15) ¿Acaso Jesús no es Rey?, ¿por qué Él rehúsa esto?, ¿por qué rechazó este honor que le daban los hombres voluntariamente?, ¿por qué nuestro Señor prefirió irse solo a la montaña?


San Agustín, comentando este texto sagrado dice que Jesús es Rey por naturaleza porque es verdadero Dios junto con el Padre y el Espíritu Santo; la Santísima Trinidad, que es un solo Dios, gobierna al mundo y los otros toman parte en su reinado, como dice el libro de los Proverbios: “Por Mí reinan los reyes”.


Entonces, ¿por qué Jesús se rehúsa a ser proclamado Rey después que dio de comer a la muchedumbre? Es San Juan Crisóstomo el que nos da la respuesta: Porque Nuestro Señor nos está enseñando a escapar de los honores vanos y pone el ejemplo a todo cristiano para que huya de los honores triviales, de las glorias humanas, del que dirán, de quedar todos de acuerdo o de que todos piensen bien de mí.


Ninguna de las anteriores debe ser un móvil para el cristiano, sino ante todo -a imitación de Cristo- al cristiano sólo lo debe motivar la gloria de Dios, la salvación de las almas, agradarle a Él, no preocuparse por quedar bien con el que está cerca mío.


No poner el corazón en el poder


Para huir del honor que se le quería otorgar, Jesús huye a la montaña, es decir, elige la contemplación, ir a encontrarse con Dios; es decir, al encuentro con Dios para hacer lo que Él quiere que haga.


Dice San Ignacio que el que se deja guiar por el qué dirán o el vano honor del mundo no puede guiarse según el querer de Dios, sino que buscará siempre el aplauso del mundo. También con los cargos comienza la envidia, la maledicencia, los juicios temerarios, uno empieza a ver con malos ojos al prójimo.


¿Está mal tener puestos? No, no está mal tener puestos. En especial para aquel que Dios se lo indica, aquel que Dios se lo marca por su propia vocación; lo que está mal es poner en eso el corazón.


Y esta tentación de poder o de vano honor, no solo pasa en el ámbito mundano civil, sino también en el ámbito eclesiástico. Hay sacerdotes que trabajan para ser obispos, por ejemplo, u obispos que trabajan para ser cardenales, etc. Tristemente eso ha ocurrido en el pasado y sigue sucediendo.


Pero los santos no actuaron así. Imitando a Cristo, los santos también tenían este desprecio del mundo, prefirieron el ocultamiento, la soledad y el encuentro con Dios. Está el caso, por ejemplo, de San Bernardo, aquel famoso abad que llenó los monasterios de vocaciones. Los reyes temían que llegara a predicar a su reino porque los mejores hombres que estaban enlistados en las tropas dejaban las armas y se iban a tomar otras armas, las espirituales.


San Bernardo, con su sola palabra, manejaba a los reyes de Europa. En su tiempo incluso intervino para aclarar quién era el verdadero Papa. Él rechazó reiteradas veces el cargo de Obispo, incluso cuando el Papa Eugenio, uno de sus hijos espirituales, le insistió que tomara el cargo.


“A la gloria, aun siendo gloria por Cristo, le tengo miedo”, dijo el poeta español José María Pemán, en su excelente obra El Divino Impaciente, imaginando las palabras que diría San Ignacio al despedirse de San Francisco Javier, antes de ir a misionar a las Indias.

 

No vino a atender los problemas sociales


La muchedumbre tenía un concepto distinto de Cristo: ellos pensaban que Cristo era un mesías temporal que vino a solucionar los problemas de la gente, que venía a solucionar el problema del hambre. Pero Cristo no vino a eso, sino que nos trae un mensaje para que anhelemos el Cielo, para alcanzar la eternidad, para salvar el alma.


Y los judíos no lo entendieron. Pensaban que haría que las piedras se convirtieran en pan, como le tentó el diablo, o que Cristo debía solucionar los problemas sociales. Pero la misión de Jesús no es la filantropía. Los judíos, con la misma tentación de siempre, quieren limitar a la Iglesia a una cuestión social. Esto quieren aún hoy, que la Iglesia intervenga para que se dé la paz en el mundo, etc.; pero ante todo la Iglesia debe indicar el camino que lleva al Cielo y tanto cuanto esto se dé, llegará la paz.

 

Queremos primero la añadidura


Dice Santo Tomás que uno debe hacer la voluntad de Dios con la propia vida y no debe actuar del modo que uno quiere.


Lo que tenemos que hacer es, ante todo, buscar el reino de Cristo, hacer la voluntad del Padre; por eso Nuestro Señor nos enseña a rechazar el vano honor del mundo, para que busquemos la gloria de Dios y que todo lo demás se dé por añadidura. Pero a veces, nosotros empezamos al revés, queremos primero la añadidura y después el reino de Dios; ese es siempre el problema del cristiano.


Pidamos a Nuestro Señor la gracia de que podamos entenderlo, que podamos meditar estos ejemplos que nos deja Cristo en el texto sagrado, que busquemos siempre y ante todo la gloria de Dios, no el aplauso del mundo, los vanos cargos que simplemente llenan de vanidad los corazones de los hombres y alejan las almas de Jesús. Que nuestro corazón esté fijo en la eternidad y que despreciemos las cosas del mundo, porque de esta manera haremos siempre la voluntad de Dios y pensaremos al unísono con el corazón de Jesús.


Que la Santísima Virgen nos conceda la gracia de buscar, ante todo, las cosas del Cielo y cumplir el primer mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas, para que todo sea amado en Dios y por Dios y sino, que sea despreciado.



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