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Amar lo que no es Amable

Actualizado: 10 nov 2024

¿Alguna vez has meditado si tú amas sobrenaturalmente? ¿Amas a tu prójimo como a ti mismo? Conviene que revises el tema para identificar si has acumulado actos de amor para el día de tu juicio.



P. Jorge Hidalgo


El amor en sí mismo puede no ser una virtud, ya que yo puedo amar cosas que son malas o que son desordenadas; por ejemplo puedo amar más los partidos de futbol que a mi familia, o puedo amar más mi cuerpo que a Dios o que a mi prójimo, y eso es un desorden, ése amor no es virtud.


Otro ejemplo de un amor que no es virtuoso es el de unos novios que aspiran casarse pero que ya se creen con “derechos” a realizar actos propios de los esposos. Esto último, evidentemente,  es pecado mortal, y daña la gracia y la caridad.


Igualmente sería un amor desordenado amar más a los amigos que a los padres, por ejemplo; cuando los amigos nos llevan por un camino que ofende a Dios.


Por eso, podemos afirmar que el amor sobrenatural o caridad exige un orden. San Agustín lo llama el ordo amoris o sea, el orden del amor; necesariamente la caridad tiene que tener un orden porque a veces el pecado ocurre cuando amamos cosas buenas, pero de modo desordenado.  El amor auténtico que viene de Dios, es decir la caridad, nos establece la justa jerarquía para amar adecuadamente, amar más lo mejor y amar subordinadamente lo que corresponda.

 

Por amor a Él


La caridad, que es el amor sobrenatural que Dios nos pide, es siempre una virtud y se puede comprobar distinguiendo lo que se ama y cómo se ama. Dado que lo primero es amar a Dios sobre todas las cosas, todo lo que uno ama en esta vida lo debe amar por y para Dios.


La caridad es entonces, amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo por amor a Él, de tal forma que la caridad es como el alma de toda virtud y si posees alguna virtud, pero no tiene la caridad, la virtud en realidad está como muerta porque no tiene alma, porque le falta la unión con Dios.


Si el amor que profesas a tus padres o a cualquier persona, es virtuoso, no estará sujeto a que la relación que mantienes con esas personas sea buena, sino que el amor se mantiene aún cuando haya ocasiones en que algo interfiera entre ellas. Es decir, no se ama solamente al que se da a amar, sino que a cualquier persona, aunque sea mi enemiga o me sea antipática, la amo ante todo por y para Dios y quiero que nos encontremos en el Cielo: esa es la auténtica caridad.


Es la que nos debe llevar a amar incluso las cosas que humanamente no son amables, por ejemplo, imaginemos que alguien me haya estafado en esta vida; humanamente hablando no tengo ganas de amarlo, incluso si viene hacia mí, prefiero evitarlo y por un momento podríamos querer que también le vaya mal. Esas son reacciones muy humanas, pero a los ojos de Dios no es grato, sino que hay que amar lo que no es amable humanamente hablando y debemos esforzarnos por cambiar nuestros sentimientos de rechazo hacia esa persona, para tener de este modo los sentimientos del Corazón de Jesucristo.

 

La caridad encarnada


El mejor ejemplo de la caridad es el de nuestro Señor. Él dijo que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos y murió por nosotros aún cuando todavía éramos pecadores. Ésta es la auténtica caridad, que es capaz de sacrificarse por aquel que ama, incluso si el otro no lo merece o si no me va a corresponder o no me tendrá presente, exactamente como ocurre con lo que hizo Cristo por nosotros.


A imitación de Jesús, muchos santos tuvieron esta misma actitud, por ejemplo los mártires, que al término de su vida pidieron por sus verdugos para que se convirtieran, como es el caso de San Esteban, que es el primer mártir narrado en la Sagrada Escritura después de Cristo. La muchedumbre lo apedreaba y San Esteban rogó diciendo, “Señor Jesús, no les tengas en cuenta este pecado”(Hch 7, 60), a semejanza de Cristo, que en el árbol de la Cruz dijo, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lc 23, 34).  La caridad, entonces, es querer el bien para los enemigos, ante todo por amor a Dios, para que se encuentren con Él en el Cielo.


Otro caso que testimonia esto es el de los mártires de Corea, que fueron crucificados  y cuando estaban clavados, San Andrés Kim Taegon, que era el líder del grupo, dijo a nombre de todos, “digo solemnemente que los perdono por lo que están haciendo, más aún, voy a pedir a Dios que se conviertan porque quiero que nos encontremos en el Cielo”. Esto es lo que a nosotros nos debe inspirar y ésta es el alma de toda la virtud.

 

¿Cómo puedes vivir la verdadera caridad?


La caridad auténtica sólo puede ser manifiesta cuando la persona está en gracia de Dios, es decir que hizo una buena confesión y no tiene pecado mortal; además hay que hacerlo todo pensando que es por y para Dios para poder encaminar nuestra vida hacia Él, porque justamente el Señor vive en el alma de los justos.


Y al final, como dice San Pablo en la Carta de los Corintios, “una estrella se diferencia de otra por su claridad” (1Cor 15,41). Según los comentarios de los Padres de la Iglesia, esto quiere decir que así como es distinto el brillo entre una estrella y otra, así también es distinto un Santo que otro en el Cielo,  y lo que los distingue, es la caridad. Ya lo dijo San Juan de la Cruz: “al final de nuestra vida seremos juzgados en el amor”, es decir, por los actos de amor que hayamos hecho en nuestra vida.


El que haya amado más a Dios, el que perdonó más, el que rogó por los que hacen el mal e incluso por los que le persiguen; todos ellos van a gozar más de Dios por todos esos actos de amor, que aquel otro que a lo mejor se convirtió en el último momento de su vida y que obtendrá la salvación, pero que no tendrá esos actos de caridad que le ayuden en su juicio, al que se presentará con las manos vacías.


Por eso es muy importante vivir siempre en gracia de Dios y ocuparnos en hacer acciones meritorias, haciendo el bien no solo al que está a nuestro lado y porque es amable con nosotros; sino hacer el bien indistintamente por y para Dios, lo que nos ayudará a ser capaces incluso de amar a aquellos que nos cuesta amar.


Que la Santísima Virgen María nos dé esa gracia de amar siempre sobrenaturalmente para la mayor gloria de Dios.



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